/ viernes 3 de septiembre de 2021

Carrereando la chuleta | La esperanza es lo único que les queda


No habrá manera de contenerlos, es imposible, desde muy temprano se levantan acompañados ya sólo por la esperanza de poder cruzar la frontera con los Estados Unidos, como si poniendo un pie allí se fuera a transformar automáticamente su vida; sueñan lo mismo que cientos de mexicanos quienes tienen un par de ventajas sobre ellos, el idioma y que siguen en su país, pero no más que eso.

Los buenos deseos son reconfortantes pero no llenan los platos de comida, y por más que digamos que estamos creciendo como sociedad, la miseria en la que muchos de nuestros connacionales viven la vemos todos los días, así que sabemos de qué huyen nuestros huéspedes haitianos.

No puede ocultarse el enojo de los mexicanos que han tenido la desventura de tener malas experiencias con ellos, como tampoco se disimula el poco cariño de algunos haitianos hacia los mexicanos –en muchos casos fundado, aunque no en todos– que se encuentran en su camino. Si en una familia, en donde de alguna forma se comparten genes, apellido y manías es difícil mantener la armonía, imagínese entre dos culturas tan distintas. Y no hay justificación para las groserías y malos comportamientos de un lado o de otro, es sólo plasmar la realidad.

El limbo jurídico en el que se encuentran los haitianos en esta frontera ya empezó a causarles problemas, muchos ya se dieron cuenta de que fueron engañados por vivales que les quitaron el poco dinero que tenían o que pudieron conseguir, y que los trámites que les realizaron no va a resolver su estancia y menos les va ayudar a cruzar el río que ellos quieren cruzar, el Bravo.

Pareciera que la ayuda divina es lo único que les queda, el amparo del Cristo Blanco, porque el de las autoridades mexicanas es nulo. Un grupo se aventuró, porque no vieron otra opción, y se adentró a territorio mexicano. El personal de migración les dio la bienvenida a golpes. La nota fue nacional, en las imágenes un agente migratorio agarra a patadas a un haitiano sometido, el hecho quedó documentado, el resto del escándalo seguramente ya lo conoce. Una caravana que desde su inicio estaba condenada al fracaso, al que habría que agregar la falta de capacitación en los agentes de migración comandados por un delegado que vive encerrado a piedra y lodo en la delegación. En otra ocasión hablaré de ese inútil funcionario.

En este 1 de septiembre, el inicio de nuestro mes patrio, se pudo apreciar otra muy pequeña caravana que va a entregarse, seguramente, al mismo destino, pero no les queda de otra, en una de esas y les funciona, cuántos no han pasado por lo mismo al tratar de cruzar a Estados Unidos, la patrulla fronteriza los detiene una y otra, y otra vez, pero lo siguen haciendo, al parecer aquí ya empezó a ocurrir algo parecido.

Sería un buen momento para que la autoridad les diera certeza jurídica, para que dejara de engañarlos, hay procesos ante la Comar que no van a pasar, y el poquísimo dinero que traían se les acaba, no encuentran trabajo, se enfrentan a una sociedad a la que le está costando mucho trabajo entenderlos y por ende aceptarlos, agentes migratorios sin capacitación, mucos como dijera doña Teofilita. Y se puede hacer el esfuerzo, pero desafortunadamente tampoco es la solución porque ellos no se quieren quedar en Tapachula, lo único que piden es llegar al norte.

Ya varios acondicionaron hieleras para vender el tipo de comida que a ellos les gusta, pero lo hacen en la calle, y si se les pretenden regular se molestan y las cosas terminan en golpes. Algunas personas se enojan al verlos amontonados en sus banquetas, les avientan agua, lo cual por supuesto es un comportamiento estúpido; aquello termina en mentadas de madre en español y en francés. Entendamos que ellos quieren irse, pero no pueden.

La haitiana es una sociedad con varios problemas internos, o sea que a veces ni ellos mismos se entienden, y luego llegan a un país en donde la situación no es que sea mucho mejor y donde la ley migratoria toda todavía no está bien planificada, se puede entender entonces la complicada situación por la que están pasando. Algunos ya ni mochilas traen, ya no tienen nada.

Desde que hay población hay migraciones, y para poder entender a un pueblo necesitamos conocer su historia, su origen, en una rápida revisión que cualquiera puede hacer, nos encontramos con un pueblo que sufre, al igual que nosotros, por la pobreza, el hambre. Por nuestra parte, Tapachula es un pueblo lleno de migrantes, desde su formación, aquí convergen alemanes, árabes, libaneses, chinos, japoneses, de todos los países de Centroamérica. Muchos ya echaron raíces aquí y ya no importa de dónde vienen, son tapachultecos y punto.

Fuera de los escándalos de las redes sociales, les quiero compartir lo que una mujer haitiana gritaba desesperada mientras agarraba a su hijo al momento de ser detenida. Ella se llama Rimpel, o al menos eso dijo. Los gritos eran descomunales, lloraba mientras mostraba a su hijo, cualquier idiota podría decir que lo estaba agarrando de escudo para no ser detenida, pero no, lo que decía era: “mi hijo tiene sed, por favor denle agua”. Le dieron una botella de agua de la que ella no tomó nada, se la dio al niño y lo que sobró, lo guardó. Su hijo es todo lo que tiene en medio de este desierto social y jurídico.

No es nuestra culpa, cierto, y no podemos hacer mucho, en todo caso exigir que la autoridad se ponga a trabajar, que se castigue a quienes los están engañando. México está muy lejos de ser el lugar que esperaban; los nuestros también se quieren ir al norte huyendo del hambre y la inseguridad, y para nosotros Tapachula puede ser el pedacito de cielo que tenemos, aunque definitivamente no es el paraíso que ellos esperaban.


No habrá manera de contenerlos, es imposible, desde muy temprano se levantan acompañados ya sólo por la esperanza de poder cruzar la frontera con los Estados Unidos, como si poniendo un pie allí se fuera a transformar automáticamente su vida; sueñan lo mismo que cientos de mexicanos quienes tienen un par de ventajas sobre ellos, el idioma y que siguen en su país, pero no más que eso.

Los buenos deseos son reconfortantes pero no llenan los platos de comida, y por más que digamos que estamos creciendo como sociedad, la miseria en la que muchos de nuestros connacionales viven la vemos todos los días, así que sabemos de qué huyen nuestros huéspedes haitianos.

No puede ocultarse el enojo de los mexicanos que han tenido la desventura de tener malas experiencias con ellos, como tampoco se disimula el poco cariño de algunos haitianos hacia los mexicanos –en muchos casos fundado, aunque no en todos– que se encuentran en su camino. Si en una familia, en donde de alguna forma se comparten genes, apellido y manías es difícil mantener la armonía, imagínese entre dos culturas tan distintas. Y no hay justificación para las groserías y malos comportamientos de un lado o de otro, es sólo plasmar la realidad.

El limbo jurídico en el que se encuentran los haitianos en esta frontera ya empezó a causarles problemas, muchos ya se dieron cuenta de que fueron engañados por vivales que les quitaron el poco dinero que tenían o que pudieron conseguir, y que los trámites que les realizaron no va a resolver su estancia y menos les va ayudar a cruzar el río que ellos quieren cruzar, el Bravo.

Pareciera que la ayuda divina es lo único que les queda, el amparo del Cristo Blanco, porque el de las autoridades mexicanas es nulo. Un grupo se aventuró, porque no vieron otra opción, y se adentró a territorio mexicano. El personal de migración les dio la bienvenida a golpes. La nota fue nacional, en las imágenes un agente migratorio agarra a patadas a un haitiano sometido, el hecho quedó documentado, el resto del escándalo seguramente ya lo conoce. Una caravana que desde su inicio estaba condenada al fracaso, al que habría que agregar la falta de capacitación en los agentes de migración comandados por un delegado que vive encerrado a piedra y lodo en la delegación. En otra ocasión hablaré de ese inútil funcionario.

En este 1 de septiembre, el inicio de nuestro mes patrio, se pudo apreciar otra muy pequeña caravana que va a entregarse, seguramente, al mismo destino, pero no les queda de otra, en una de esas y les funciona, cuántos no han pasado por lo mismo al tratar de cruzar a Estados Unidos, la patrulla fronteriza los detiene una y otra, y otra vez, pero lo siguen haciendo, al parecer aquí ya empezó a ocurrir algo parecido.

Sería un buen momento para que la autoridad les diera certeza jurídica, para que dejara de engañarlos, hay procesos ante la Comar que no van a pasar, y el poquísimo dinero que traían se les acaba, no encuentran trabajo, se enfrentan a una sociedad a la que le está costando mucho trabajo entenderlos y por ende aceptarlos, agentes migratorios sin capacitación, mucos como dijera doña Teofilita. Y se puede hacer el esfuerzo, pero desafortunadamente tampoco es la solución porque ellos no se quieren quedar en Tapachula, lo único que piden es llegar al norte.

Ya varios acondicionaron hieleras para vender el tipo de comida que a ellos les gusta, pero lo hacen en la calle, y si se les pretenden regular se molestan y las cosas terminan en golpes. Algunas personas se enojan al verlos amontonados en sus banquetas, les avientan agua, lo cual por supuesto es un comportamiento estúpido; aquello termina en mentadas de madre en español y en francés. Entendamos que ellos quieren irse, pero no pueden.

La haitiana es una sociedad con varios problemas internos, o sea que a veces ni ellos mismos se entienden, y luego llegan a un país en donde la situación no es que sea mucho mejor y donde la ley migratoria toda todavía no está bien planificada, se puede entender entonces la complicada situación por la que están pasando. Algunos ya ni mochilas traen, ya no tienen nada.

Desde que hay población hay migraciones, y para poder entender a un pueblo necesitamos conocer su historia, su origen, en una rápida revisión que cualquiera puede hacer, nos encontramos con un pueblo que sufre, al igual que nosotros, por la pobreza, el hambre. Por nuestra parte, Tapachula es un pueblo lleno de migrantes, desde su formación, aquí convergen alemanes, árabes, libaneses, chinos, japoneses, de todos los países de Centroamérica. Muchos ya echaron raíces aquí y ya no importa de dónde vienen, son tapachultecos y punto.

Fuera de los escándalos de las redes sociales, les quiero compartir lo que una mujer haitiana gritaba desesperada mientras agarraba a su hijo al momento de ser detenida. Ella se llama Rimpel, o al menos eso dijo. Los gritos eran descomunales, lloraba mientras mostraba a su hijo, cualquier idiota podría decir que lo estaba agarrando de escudo para no ser detenida, pero no, lo que decía era: “mi hijo tiene sed, por favor denle agua”. Le dieron una botella de agua de la que ella no tomó nada, se la dio al niño y lo que sobró, lo guardó. Su hijo es todo lo que tiene en medio de este desierto social y jurídico.

No es nuestra culpa, cierto, y no podemos hacer mucho, en todo caso exigir que la autoridad se ponga a trabajar, que se castigue a quienes los están engañando. México está muy lejos de ser el lugar que esperaban; los nuestros también se quieren ir al norte huyendo del hambre y la inseguridad, y para nosotros Tapachula puede ser el pedacito de cielo que tenemos, aunque definitivamente no es el paraíso que ellos esperaban.