/ martes 26 de abril de 2022

Carrereando la chuleta | ¿Vamos a seguir cruzados de brazos?

Actualmente ya podemos rastrear casi cualquier cosa, vemos cómo van viajando nuestras alitas o nuestra pizza por la ciudad, o si ya mero llega la tía Concha para ir destapando la Coca. ¿Qué pasaría si de la misma manera supiéramos dónde están nuestras mujeres?

¿Si buscáramos algún cerebro mexicano para que desarrollara una forma de poder rastrearlas? Y ni siquiera estoy seguro de exactamente qué se les tendría que pedir o cómo se le tendría que hacer, y menos me cabe en la cabeza que lleguemos a estos extremos, pero es que no veo cómo detener los feminicidios, se me fueron las ideas.

También podríamos pugnar por una especie de preparación militar y que a cada una le entregaran un arma. La verdad ya no sé, pero con la inteligencia y la intuición que nos cargamos algo bueno y coherente deberíamos hacer. Por ejemplo, yo no sé cómo le hace la Goya para saber exactamente en el lugar en donde me encuentro, o cómo logra saber mi hermana de vida, Ayael N, para detectar a cientos de miles de kilómetros el momento preciso en el que estoy con el taquero, me marca y me dice “suelta ese taco que ya estás muy gordo”; o cómo le hace mi esposa para saber qué días voy a llegar tarde, o cómo es que sé la hora exacta en la que se termina la botana.

Entonces podría ser viable que se generara una plataforma, una app que permitiera a las mujeres enviar su ubicación en tiempo real, y ya sé que existe, que a través de WhatsApp se puede y debe haber otras más, pero tendría que estar completamente orientado a la seguridad, que funcionara aunque no tuviéramos datos, que se pudiera activar fácilmente. No sé de cuántos segundos disponga una mujer antes de que se vea imposibilitada para hacer cualquier cosa, pero si se pagan investigaciones que no sirven para nada, creo que bien se podría pagar el desarrollo de un “algo” que evite que las maten.

Y claro que de por medio van un montón de cosas, que aún hay muchos tabúes en los qué trabajar porque seguramente en muchos de los casos las implicadas no se imaginan que por una escapada a un motel o a donde puedan tener intimidad con sus parejas, van a terminar asesinadas, pero lamentablemente pasa. No nos engañemos con falsas morales, cada quien es libre de ejercer su sexualidad como mejor le parezca y nadie tiene por qué terminar muerta por ello. Tal vez sería una peligrosa prueba para las y los casados –y una vez más, eso no es de nuestra incumbencia–, pero algo vamos a tener que sacrificar en pos de que ya no sea tan escandalosamente fácil matar una mujer sin que nada pase.

Hay cámaras, cierto, y sirven de mucho, desafortunadamente no siempre, porque a pesar de ellas sigue habiendo desaparecidas. Si la conectividad vía Internet hace cualquier cosa hasta en el rincón más escondido, por qué diablos no se ha usado todo lo que se conoce al momento para proteger a nuestra mujeres y niñas. Un sistema de justicia funcional ayudaría, por supuesto, pero mientras eso se intenta algo más tiene que hacerse.

Sé perfectamente que hay mucho dinero de por medio, que no es sólo que las maten, que el mercado negro existe, que no es un problema que se vaya a terminar fácilmente, pero también sé, o quiero pensar, y aunque suene muy trillado, que somo más los que no somos ni traficantes ni asesinos.

A quienes tenemos la inmensa dicha de tener hijas, nos da terror que un infeliz sujeto (por escribirlo de una forma publicable) sepa que nada se hace por evitar que pueda disponer de la vida de una mujer nomás porque sí. Por supuesto que nos toca educar a nuestros hijos e hijas, enseñarlos a que se cuiden, a que compartan su ubicación en tiempo real, a que siempre informen dónde están, que si se suben en algún taxi puedan decir de qué tipo es y de preferencia que compartan su ubicación durante todo el trayecto, pero no es suficiente.

Hace poco leí una frase que resume lo dañados que estamos como sociedad y lo incapaces que hemos sido de proteger a las mujeres: “Si un hombre caminara desnudo por la calle probablemente atraería la mirada de las mujeres, a lo mejor se escucharía alguna frase, risas, pero ninguna de ellas le haría daño y mucho menos lo mataría; una mujer en las mismas condiciones tal vez no duraría ni unas horas viva, justo a manos de los hombres (que en realidad no son hombres, son psicópatas asesinos).

¿Nota le diferencia? Eso es justo lo que no puede seguir pasando. ¡Ya basta! Hay que ponerle punto final, preocupándonos pero sobre todo ocupándonos. Se recibe todo tipo de ideas en rgonzalez@diariodelsur.com

Actualmente ya podemos rastrear casi cualquier cosa, vemos cómo van viajando nuestras alitas o nuestra pizza por la ciudad, o si ya mero llega la tía Concha para ir destapando la Coca. ¿Qué pasaría si de la misma manera supiéramos dónde están nuestras mujeres?

¿Si buscáramos algún cerebro mexicano para que desarrollara una forma de poder rastrearlas? Y ni siquiera estoy seguro de exactamente qué se les tendría que pedir o cómo se le tendría que hacer, y menos me cabe en la cabeza que lleguemos a estos extremos, pero es que no veo cómo detener los feminicidios, se me fueron las ideas.

También podríamos pugnar por una especie de preparación militar y que a cada una le entregaran un arma. La verdad ya no sé, pero con la inteligencia y la intuición que nos cargamos algo bueno y coherente deberíamos hacer. Por ejemplo, yo no sé cómo le hace la Goya para saber exactamente en el lugar en donde me encuentro, o cómo logra saber mi hermana de vida, Ayael N, para detectar a cientos de miles de kilómetros el momento preciso en el que estoy con el taquero, me marca y me dice “suelta ese taco que ya estás muy gordo”; o cómo le hace mi esposa para saber qué días voy a llegar tarde, o cómo es que sé la hora exacta en la que se termina la botana.

Entonces podría ser viable que se generara una plataforma, una app que permitiera a las mujeres enviar su ubicación en tiempo real, y ya sé que existe, que a través de WhatsApp se puede y debe haber otras más, pero tendría que estar completamente orientado a la seguridad, que funcionara aunque no tuviéramos datos, que se pudiera activar fácilmente. No sé de cuántos segundos disponga una mujer antes de que se vea imposibilitada para hacer cualquier cosa, pero si se pagan investigaciones que no sirven para nada, creo que bien se podría pagar el desarrollo de un “algo” que evite que las maten.

Y claro que de por medio van un montón de cosas, que aún hay muchos tabúes en los qué trabajar porque seguramente en muchos de los casos las implicadas no se imaginan que por una escapada a un motel o a donde puedan tener intimidad con sus parejas, van a terminar asesinadas, pero lamentablemente pasa. No nos engañemos con falsas morales, cada quien es libre de ejercer su sexualidad como mejor le parezca y nadie tiene por qué terminar muerta por ello. Tal vez sería una peligrosa prueba para las y los casados –y una vez más, eso no es de nuestra incumbencia–, pero algo vamos a tener que sacrificar en pos de que ya no sea tan escandalosamente fácil matar una mujer sin que nada pase.

Hay cámaras, cierto, y sirven de mucho, desafortunadamente no siempre, porque a pesar de ellas sigue habiendo desaparecidas. Si la conectividad vía Internet hace cualquier cosa hasta en el rincón más escondido, por qué diablos no se ha usado todo lo que se conoce al momento para proteger a nuestra mujeres y niñas. Un sistema de justicia funcional ayudaría, por supuesto, pero mientras eso se intenta algo más tiene que hacerse.

Sé perfectamente que hay mucho dinero de por medio, que no es sólo que las maten, que el mercado negro existe, que no es un problema que se vaya a terminar fácilmente, pero también sé, o quiero pensar, y aunque suene muy trillado, que somo más los que no somos ni traficantes ni asesinos.

A quienes tenemos la inmensa dicha de tener hijas, nos da terror que un infeliz sujeto (por escribirlo de una forma publicable) sepa que nada se hace por evitar que pueda disponer de la vida de una mujer nomás porque sí. Por supuesto que nos toca educar a nuestros hijos e hijas, enseñarlos a que se cuiden, a que compartan su ubicación en tiempo real, a que siempre informen dónde están, que si se suben en algún taxi puedan decir de qué tipo es y de preferencia que compartan su ubicación durante todo el trayecto, pero no es suficiente.

Hace poco leí una frase que resume lo dañados que estamos como sociedad y lo incapaces que hemos sido de proteger a las mujeres: “Si un hombre caminara desnudo por la calle probablemente atraería la mirada de las mujeres, a lo mejor se escucharía alguna frase, risas, pero ninguna de ellas le haría daño y mucho menos lo mataría; una mujer en las mismas condiciones tal vez no duraría ni unas horas viva, justo a manos de los hombres (que en realidad no son hombres, son psicópatas asesinos).

¿Nota le diferencia? Eso es justo lo que no puede seguir pasando. ¡Ya basta! Hay que ponerle punto final, preocupándonos pero sobre todo ocupándonos. Se recibe todo tipo de ideas en rgonzalez@diariodelsur.com