/ martes 3 de agosto de 2021

Joyas Chiapanecas | Camarones gigantes de exportación


Dios me lo dio casi todo para ser rico: tengo cultura, clase, educación, modales finos y un gusto especial por las cosas buenas. Pero como nada en la vida es perfecto, al Señor se le olvidó dotarme con dinero o con la facilidad para hacerlo.

Sin embargo, a lo largo de mi existencia jamás me ha faltado la oportunidad de estar cerca del dulce aroma de la riqueza. Asistí a buenos colegios, me enamoré de la cultura, de la gastronomía, de la historia, hice buenas relaciones y he viajado por casi toda Europa.

Es por ello que hace algunos años, acepté sin chistar la invitación que me hiciera una amiga, para asistir a la fiesta de inauguración de la mansión que uno de sus cuñados, un perfecto advenedizo, había comprado en el Club Campestre de Tuxtla Gutiérrez.

Yo no conocía de nada al hombre, solamente sabía que era un norteño que se había casado con Susi, la hermana mayor de mi amiga, y supuse que ello me valdría para entrar al festejo sin haber sido requerido expresamente.

Susi era una mujer muy extravagante. Tanto ella como mi amiga eran hijas de un agente viajero, que se rompía el alma para sacar adelante a su familia, en una modesta casa de interés social, pero a la niña eso jamás le importó y a muy temprana edad supo que sus encantos podían ayudarla a conseguir todas aquellas cosas que ni su padre ni los pretendientes que la asediaban en su barrio jamás podrían darle.

Más conforme con su situación, mi amiga trabajaba como secretaria en una oficina de gobierno y salía con tipos como yo, que podrían llevarla a cenar o a bailar de vez en cuando pero que jamás se casarían con ella por no tener los recursos suficientes para formar una familia.

El caso es que mi amiga y yo llegamos a la residencia del marido de Susi, después de pasar varios filtros de seguridad, y en la puerta fuimos recibidos por un mayordomo vestido con guayabera y pantalón de casimir, que nos condujo a un gran salón en el que se realizaba el festejo.

Había muchas mujeres jóvenes y bellas, acompañadas de hombres muy parecidos entre sí; y yo, por más que lo intentaba no reconocía a nadie, hasta que de pronto nos topamos con la mismísima Susi, a quien le dio mucho gusto ver a su hermana. Lucía muy distinta: se había operado todo el cuerpo, y sus enormes senos competían con sus nalgas en cuanto a frondosidad, además de que el tinte rubio platinado de su cabello contrastaba con su morena piel.

Vestida toda de Armani, con joyas Bulgari, que ostentaban más el logotipo de la firma que los metales y piedras preciosas con que estaban hechas, Susi nos dio un recorrido por casi toda la casa que, efectivamente, era un palacio.

Al volver al salón, Susi nos dijo que en cuanto se desocupara, me iba a presentar a su marido, que me iba a caer muy simpático, que también era abogado y que leía mucho como yo. Después se fue a seguir brindando con sus amigos y nosotros nos quedamos en una mesa comiendo camarones gigantes de exportación y bebiendo vino blanco de la margen francesa del río Rhin.

Cuando más deleitados estábamos con el banquete, escuchamos un gran escándalo detrás de nosotros. Al voltear pude ver al dueño de la casa con una pistola en la mano y a varios hombres que intentaban quitársela. Aterrada, Susi llegó hasta nosotros y nos pidió que nos marcháramos sin preguntar nada. Le dije que por lo menos nos dijera a quien quería matar su enfurecido esposo. “A ti, pendejo, a ti, no le gustó como me miraste las tetas”, y yo iba a contradecirla, pero preferí correr por mi vida.


E Mail: santapiedra@gmail.com


Dios me lo dio casi todo para ser rico: tengo cultura, clase, educación, modales finos y un gusto especial por las cosas buenas. Pero como nada en la vida es perfecto, al Señor se le olvidó dotarme con dinero o con la facilidad para hacerlo.

Sin embargo, a lo largo de mi existencia jamás me ha faltado la oportunidad de estar cerca del dulce aroma de la riqueza. Asistí a buenos colegios, me enamoré de la cultura, de la gastronomía, de la historia, hice buenas relaciones y he viajado por casi toda Europa.

Es por ello que hace algunos años, acepté sin chistar la invitación que me hiciera una amiga, para asistir a la fiesta de inauguración de la mansión que uno de sus cuñados, un perfecto advenedizo, había comprado en el Club Campestre de Tuxtla Gutiérrez.

Yo no conocía de nada al hombre, solamente sabía que era un norteño que se había casado con Susi, la hermana mayor de mi amiga, y supuse que ello me valdría para entrar al festejo sin haber sido requerido expresamente.

Susi era una mujer muy extravagante. Tanto ella como mi amiga eran hijas de un agente viajero, que se rompía el alma para sacar adelante a su familia, en una modesta casa de interés social, pero a la niña eso jamás le importó y a muy temprana edad supo que sus encantos podían ayudarla a conseguir todas aquellas cosas que ni su padre ni los pretendientes que la asediaban en su barrio jamás podrían darle.

Más conforme con su situación, mi amiga trabajaba como secretaria en una oficina de gobierno y salía con tipos como yo, que podrían llevarla a cenar o a bailar de vez en cuando pero que jamás se casarían con ella por no tener los recursos suficientes para formar una familia.

El caso es que mi amiga y yo llegamos a la residencia del marido de Susi, después de pasar varios filtros de seguridad, y en la puerta fuimos recibidos por un mayordomo vestido con guayabera y pantalón de casimir, que nos condujo a un gran salón en el que se realizaba el festejo.

Había muchas mujeres jóvenes y bellas, acompañadas de hombres muy parecidos entre sí; y yo, por más que lo intentaba no reconocía a nadie, hasta que de pronto nos topamos con la mismísima Susi, a quien le dio mucho gusto ver a su hermana. Lucía muy distinta: se había operado todo el cuerpo, y sus enormes senos competían con sus nalgas en cuanto a frondosidad, además de que el tinte rubio platinado de su cabello contrastaba con su morena piel.

Vestida toda de Armani, con joyas Bulgari, que ostentaban más el logotipo de la firma que los metales y piedras preciosas con que estaban hechas, Susi nos dio un recorrido por casi toda la casa que, efectivamente, era un palacio.

Al volver al salón, Susi nos dijo que en cuanto se desocupara, me iba a presentar a su marido, que me iba a caer muy simpático, que también era abogado y que leía mucho como yo. Después se fue a seguir brindando con sus amigos y nosotros nos quedamos en una mesa comiendo camarones gigantes de exportación y bebiendo vino blanco de la margen francesa del río Rhin.

Cuando más deleitados estábamos con el banquete, escuchamos un gran escándalo detrás de nosotros. Al voltear pude ver al dueño de la casa con una pistola en la mano y a varios hombres que intentaban quitársela. Aterrada, Susi llegó hasta nosotros y nos pidió que nos marcháramos sin preguntar nada. Le dije que por lo menos nos dijera a quien quería matar su enfurecido esposo. “A ti, pendejo, a ti, no le gustó como me miraste las tetas”, y yo iba a contradecirla, pero preferí correr por mi vida.


E Mail: santapiedra@gmail.com