/ martes 31 de mayo de 2022

Joyas chiapanecas | El jorongo

Aunque Marcela era una golfa de lujo y todas las noches tomaba copas y se reía a carcajadas en el bar Jorongo, del hotel María Isabel Sheraton de la Ciudad de México, durante el día vivía adormilada por la depresión y los tranquilizantes que tomaba para calmar la ansiedad.

Era una mujer joven, guapa, elegante y simpática, pero por más que había buscado trabajo, el más rentable que había conseguido, y el único que le daba para sobrevivir, era ése, el de golfa en el Jorongo.

Una de tantas tardes despertó especialmente aturdida. Se levantó, bebió un prolongado trago de whisky y mordisqueó los restos de un pollo rostizado que había en el refrigerador.

Después se bañó, se puso una bata, maquilló su rostro con maestría y se puso un vaporoso vestido color verde jade, a juego con un abrigo de brocado.

Valiéndose de una redecilla sujetó su cabello, y sobre él colocó una peluca de corte asimétrico que le daba un aspecto muy moderno y sofisticado.

Su bolsa de mano y sus zapatos altos color plata eran carísimos, se los había traído de Nueva York una amiga, la única que le quedaba del colegio de monjas en el que había estudiado.

Transfigurada en dama de sociedad, Marcela llegó altiva al Jorongo. Había muy poca gente y no quería sentarse sola para no parecer lo que realmente era: una golfa.

De pronto, un hombre rubio, alto y con aspecto de extranjero se acercó a ella y le dijo algo en inglés que ella no comprendió.

Entonces el extranjero pidió a uno de los meseros que le tradujera. “Pregunta el gringo si usted es una de las golfas que trabajan aquí”, le dijo el mesero con naturalidad a Marcela, y ella, maquillando con orgullo su lacerada dignidad respondió afirmativamente con la cabeza, mostrando su blanquísima y perfecta dentadura.Joyas chiapanecas | El jorongo

Aunque Marcela era una golfa de lujo y todas las noches tomaba copas y se reía a carcajadas en el bar Jorongo, del hotel María Isabel Sheraton de la Ciudad de México, durante el día vivía adormilada por la depresión y los tranquilizantes que tomaba para calmar la ansiedad.

Era una mujer joven, guapa, elegante y simpática, pero por más que había buscado trabajo, el más rentable que había conseguido, y el único que le daba para sobrevivir, era ése, el de golfa en el Jorongo.

Una de tantas tardes despertó especialmente aturdida. Se levantó, bebió un prolongado trago de whisky y mordisqueó los restos de un pollo rostizado que había en el refrigerador.

Después se bañó, se puso una bata, maquilló su rostro con maestría y se puso un vaporoso vestido color verde jade, a juego con un abrigo de brocado.

Valiéndose de una redecilla sujetó su cabello, y sobre él colocó una peluca de corte asimétrico que le daba un aspecto muy moderno y sofisticado.

Su bolsa de mano y sus zapatos altos color plata eran carísimos, se los había traído de Nueva York una amiga, la única que le quedaba del colegio de monjas en el que había estudiado.

Transfigurada en dama de sociedad, Marcela llegó altiva al Jorongo. Había muy poca gente y no quería sentarse sola para no parecer lo que realmente era: una golfa.

De pronto, un hombre rubio, alto y con aspecto de extranjero se acercó a ella y le dijo algo en inglés que ella no comprendió.

Entonces el extranjero pidió a uno de los meseros que le tradujera. “Pregunta el gringo si usted es una de las golfas que trabajan aquí”, le dijo el mesero con naturalidad a Marcela, y ella, maquillando con orgullo su lacerada dignidad respondió afirmativamente con la cabeza, mostrando su blanquísima y perfecta dentadura.Joyas chiapanecas | El jorongo