/ martes 22 de junio de 2021

Joyas chiapanecas | El verdadero Castillo de la Pureza


Hasta 1959, la familia Pérez Noé de la Ciudad de México nada sabía del mundo, porque llevaba más de quince años encerrada por el padre, Rafael Pérez Hernández, en una vieja casona de la avenida Insurgentes Norte.

“Un loco secuestró a su familia durante 18 años”, decía el titular del periódico La Prensa, del 25 de julio de 1959. La opinión pública se conmocionó ante la noticia, que daba cuenta de la denuncia y de las investigaciones hechas por la “Secreta”, como se conocía al servicio policial de investigación.

Las fotografías mostraban a una madre (Sonia Noé de Pérez), todavía joven, pero prematuramente avejentada, rodeada por sus cinco hijos de nombres desquiciados: Indómita, Soberano, Triunfador, todos ellos jovencitos, menores de 16, además de Bienvivir, de 10 años, y de una nena de 45 días de nacida, llamada Libre Pensamiento.

Desde que llegó al mundo, aquella prole había estado encerrada: ninguno de los niños fue a la escuela, la madre les enseñó a leer y a escribir. Nunca los habían llevado a un parque, a una feria o al zoológico. En la casa de los Pérez Noé no había radio ni televisión. Cuando el Servicio Secreto cateó la casa, se encontró con que ni siquiera había recámaras para todos los integrantes de la familia. Los hijos dormían en un sótano.

El lúgubre palacete estaba descuidado y en él operaba una pequeña fábrica de insecticidas y raticidas, que el padre vendía para dar de comer a su familia. Vestido de traje de calle, el hombre recorría tiendas, farmacias veterinarias y tlapalerías para vender sus productos y comprar la comida.

Apenas cumplían la edad necesaria para hacerlo, los niños eran incorporados a la línea de producción de los venenos. Toda la familia comía avena, frijoles y pan. Sin embargo, el padre aseguraba que en su casa jamás faltaron la carne, la fruta y las verduras. Las declaraciones contradictorias entre sí, de padre, hijos y esposa, hicieron las delicias de la nota roja.

La comparecencia de Pérez Hernández ante la agencia del Ministerio Público se volvió un circo: decenas de curiosos se peleaban un lugar con los reporteros y hasta con los representantes de la radio y de la jovencísima televisión mexicana, que presenciaron ese momento y, días después, el tensísimo careo entre padre e hijos: “No mientas, Soberanito. Me estás perjudicando con eso que dices y sabes que es falso”, le dijo Pérez Hernández a su hijo, pero el muchachito de 15 años se mantuvo en su dicho.

La atención de la prensa estuvo pendiente hasta que a Rafael Pérez Hernández se le dictó auto de formal prisión y se le trasladó a la Penitenciaría. Allí se suicidó años después. De su familia sólo se supo que pasó miserias, pues no sabía hacer nada para ganarse el sustento, hasta perderse en el anonimato de la clase media.

En 1964, el periodista y escritor Luis Spota publicó su novela La carcajada del gato, basada en la historia de los Pérez Noé. En 1972, el cineasta Arturo Ripstein llevó al cine el suceso, en un filme llamado El Castillo de la Pureza, con guión de José Emilio Pacheco y estelarizada por Rita Macedo y Claudio Brook.




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Hasta 1959, la familia Pérez Noé de la Ciudad de México nada sabía del mundo, porque llevaba más de quince años encerrada por el padre, Rafael Pérez Hernández, en una vieja casona de la avenida Insurgentes Norte.

“Un loco secuestró a su familia durante 18 años”, decía el titular del periódico La Prensa, del 25 de julio de 1959. La opinión pública se conmocionó ante la noticia, que daba cuenta de la denuncia y de las investigaciones hechas por la “Secreta”, como se conocía al servicio policial de investigación.

Las fotografías mostraban a una madre (Sonia Noé de Pérez), todavía joven, pero prematuramente avejentada, rodeada por sus cinco hijos de nombres desquiciados: Indómita, Soberano, Triunfador, todos ellos jovencitos, menores de 16, además de Bienvivir, de 10 años, y de una nena de 45 días de nacida, llamada Libre Pensamiento.

Desde que llegó al mundo, aquella prole había estado encerrada: ninguno de los niños fue a la escuela, la madre les enseñó a leer y a escribir. Nunca los habían llevado a un parque, a una feria o al zoológico. En la casa de los Pérez Noé no había radio ni televisión. Cuando el Servicio Secreto cateó la casa, se encontró con que ni siquiera había recámaras para todos los integrantes de la familia. Los hijos dormían en un sótano.

El lúgubre palacete estaba descuidado y en él operaba una pequeña fábrica de insecticidas y raticidas, que el padre vendía para dar de comer a su familia. Vestido de traje de calle, el hombre recorría tiendas, farmacias veterinarias y tlapalerías para vender sus productos y comprar la comida.

Apenas cumplían la edad necesaria para hacerlo, los niños eran incorporados a la línea de producción de los venenos. Toda la familia comía avena, frijoles y pan. Sin embargo, el padre aseguraba que en su casa jamás faltaron la carne, la fruta y las verduras. Las declaraciones contradictorias entre sí, de padre, hijos y esposa, hicieron las delicias de la nota roja.

La comparecencia de Pérez Hernández ante la agencia del Ministerio Público se volvió un circo: decenas de curiosos se peleaban un lugar con los reporteros y hasta con los representantes de la radio y de la jovencísima televisión mexicana, que presenciaron ese momento y, días después, el tensísimo careo entre padre e hijos: “No mientas, Soberanito. Me estás perjudicando con eso que dices y sabes que es falso”, le dijo Pérez Hernández a su hijo, pero el muchachito de 15 años se mantuvo en su dicho.

La atención de la prensa estuvo pendiente hasta que a Rafael Pérez Hernández se le dictó auto de formal prisión y se le trasladó a la Penitenciaría. Allí se suicidó años después. De su familia sólo se supo que pasó miserias, pues no sabía hacer nada para ganarse el sustento, hasta perderse en el anonimato de la clase media.

En 1964, el periodista y escritor Luis Spota publicó su novela La carcajada del gato, basada en la historia de los Pérez Noé. En 1972, el cineasta Arturo Ripstein llevó al cine el suceso, en un filme llamado El Castillo de la Pureza, con guión de José Emilio Pacheco y estelarizada por Rita Macedo y Claudio Brook.




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