/ viernes 16 de abril de 2021

Joyas chiapanecas | Encuentro con una superestrella


Cuando era y muy joven y estudiaba en la Ciudad de México, tenía un amigo que presidía una asociación nacional de críticos teatrales, que solía invitarme a las funciones de estreno, dedicadas a periodistas e invitados especiales, a las que seguían fiestas de cocteles y bocadillos.

En una de tantas ocasiones, fuimos a ver una obra musical, replica de una producción de Broadway, que el público esperaba con especial ansiedad debido al éxito que la original había tenido en Nueva York.

La gente se amontonaba en la entrada, y a mí me llamó la atención una señora muy anciana, con el cabello blanco y los ojos azules, demasiado maquillada para mi gusto, pero con muy finos modales, y que se manifestaba a disgusto por estar en medio de la aglomeración.

Como de costumbre, nos dieron un par de los mejores boletos, y mi amigo y yo nos sentamos en lugares preferenciales, en medio de artistas e intelectuales, además de periodistas de espectáculos que tenían la misión de reseñar la obra para la edición del día siguiente de sus respectivos diarios.

Para mi sorpresa, la anciana que había visto en la entrada se sentó junto a mí, y hasta entonces empecé a sentir que yo la conocía de algún lado, pero no atinaba a identificar de dónde.

A mí, sinceramente, el teatro musical no ha sido jamás una de mis pasiones, pero la obra estuvo buena a secas, no era nada del otro mundo y nadie se tragaba el cuento de que la protagonista fuera una joven sureña de Kansas City ni que sus rizos rubios fueran reales.

Al terminar, hubo muchos aplausos, y pude percatarme de que a la anciana que estaba sentada a mi lado le había gustado especialmente. Cuando terminó la ovación, Fela y Manolo Fábregas, los productores, se plantaron frente a los asistentes para brindar un breve discurso, y al terminar, Manolo pidió un aplauso especial para Emilia Guiú, madre del adaptador musical, Memo Méndez Guiú.

Emilia Guiú fue una de las estrellas más rutilantes del cine mexicano de los años cincuenta, y aunque era española ella se sentía más mexicana porque aquí había hecho su carrera, su familia y había pasado la mayor parte de su vida.

Los reflectores la apuntaron directamente, y yo moría de curiosidad por verla a la edad que seguramente tendría por entonces. La sorpresa fue apabullante al descubrir que la estrella de oro de nuestra cinematografía, no era otra que la vieja que había llamado mi atención y que estaba sentada junto a mí.

Con un poco de esfuerzo se levantó de su lugar y repartió besos al aire, haciendo brillar los diamantes de su pulsera. A pesar de todo yo no lo podía creer y entonces me fijé bien y efectivamente era Emilia, la bellísima mamá de la negrita que había concebido con Pedro Infante, según el guion de la melodramática película Angelitos Negros.

En voz baja comenté a mi acompañante que no lo podía creer, que Emilia Guiú había sido una mujer muy guapa, que no entendía que podía haberle pasado, y él me respondió que simplemente le habían pasado cuarenta años encima.

Mi amigo era muy conocido en el gremio, y durante el coctel la gente se acercaba a saludarlo, justamente como lo hizo Memo Méndez Guiú, quien llevaba del brazo a su otrora hermosísima madre. Cuando tuve oportunidad, me dirigí a la apagada estrella del cine nacional, y le dije lo mucho que la admiraba. Ella, para agradecerme, simplemente me brindó una de sus típicas medias sonrisas y clavó en mí la gélida mirada de sus ojos azules.


E Mail: santapiedra@gmail.com


Cuando era y muy joven y estudiaba en la Ciudad de México, tenía un amigo que presidía una asociación nacional de críticos teatrales, que solía invitarme a las funciones de estreno, dedicadas a periodistas e invitados especiales, a las que seguían fiestas de cocteles y bocadillos.

En una de tantas ocasiones, fuimos a ver una obra musical, replica de una producción de Broadway, que el público esperaba con especial ansiedad debido al éxito que la original había tenido en Nueva York.

La gente se amontonaba en la entrada, y a mí me llamó la atención una señora muy anciana, con el cabello blanco y los ojos azules, demasiado maquillada para mi gusto, pero con muy finos modales, y que se manifestaba a disgusto por estar en medio de la aglomeración.

Como de costumbre, nos dieron un par de los mejores boletos, y mi amigo y yo nos sentamos en lugares preferenciales, en medio de artistas e intelectuales, además de periodistas de espectáculos que tenían la misión de reseñar la obra para la edición del día siguiente de sus respectivos diarios.

Para mi sorpresa, la anciana que había visto en la entrada se sentó junto a mí, y hasta entonces empecé a sentir que yo la conocía de algún lado, pero no atinaba a identificar de dónde.

A mí, sinceramente, el teatro musical no ha sido jamás una de mis pasiones, pero la obra estuvo buena a secas, no era nada del otro mundo y nadie se tragaba el cuento de que la protagonista fuera una joven sureña de Kansas City ni que sus rizos rubios fueran reales.

Al terminar, hubo muchos aplausos, y pude percatarme de que a la anciana que estaba sentada a mi lado le había gustado especialmente. Cuando terminó la ovación, Fela y Manolo Fábregas, los productores, se plantaron frente a los asistentes para brindar un breve discurso, y al terminar, Manolo pidió un aplauso especial para Emilia Guiú, madre del adaptador musical, Memo Méndez Guiú.

Emilia Guiú fue una de las estrellas más rutilantes del cine mexicano de los años cincuenta, y aunque era española ella se sentía más mexicana porque aquí había hecho su carrera, su familia y había pasado la mayor parte de su vida.

Los reflectores la apuntaron directamente, y yo moría de curiosidad por verla a la edad que seguramente tendría por entonces. La sorpresa fue apabullante al descubrir que la estrella de oro de nuestra cinematografía, no era otra que la vieja que había llamado mi atención y que estaba sentada junto a mí.

Con un poco de esfuerzo se levantó de su lugar y repartió besos al aire, haciendo brillar los diamantes de su pulsera. A pesar de todo yo no lo podía creer y entonces me fijé bien y efectivamente era Emilia, la bellísima mamá de la negrita que había concebido con Pedro Infante, según el guion de la melodramática película Angelitos Negros.

En voz baja comenté a mi acompañante que no lo podía creer, que Emilia Guiú había sido una mujer muy guapa, que no entendía que podía haberle pasado, y él me respondió que simplemente le habían pasado cuarenta años encima.

Mi amigo era muy conocido en el gremio, y durante el coctel la gente se acercaba a saludarlo, justamente como lo hizo Memo Méndez Guiú, quien llevaba del brazo a su otrora hermosísima madre. Cuando tuve oportunidad, me dirigí a la apagada estrella del cine nacional, y le dije lo mucho que la admiraba. Ella, para agradecerme, simplemente me brindó una de sus típicas medias sonrisas y clavó en mí la gélida mirada de sus ojos azules.


E Mail: santapiedra@gmail.com

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