/ martes 2 de marzo de 2021

Joyas Chiapanecas | La última Navidad


La señora Rocío estaba acostumbrada a mandar. Nacida en una familia de finqueros, aserradores, comerciantes y políticos, lo que menos había faltado en su vida había sido el dinero, y desde muy jovencita fue la niña mimada de la sociedad chiapaneca.

Cuando algún alto funcionario o candidato del partido aplanadora visitaban la entidad, Rocío siempre era la escogida para acompañar, del brazo, al personaje, siempre vestida con su traje de chiapaneca.

Como era de esperarse, cuando le llegó el momento, Rocío se casó con un hombre muy rico y de muy buena familia, emparentado con todo aquel a quien se consideraba “alguien” en el régimen posrevolucionario.

Aunque después de la boda, la única obligación que tenía Rocío era dar órdenes a los sirvientes y jugar canasta con sus amigas, jamás descuidó su figura ni su arreglo personal.

Cuando cumplió 30 años de edad se organizó un magnífico baile en su honor, y ella bromeaba diciendo que con esa fiesta le decía adiós a la juventud, aunque se viera más hermosa que nunca. Lo mismo sucedió al cumplir 40 y luego 50. A partir de los 60, por deseo propio, no se volvió a festejar su cumpleaños.

Además, sus actividades sociales se redujeron al mínimo. No visitaba ni recibía a nadie y, cuando salía por lo general era para cumplir con alguna diligencia relacionada con la enorme fortuna que le habían heredado sus padres, por un lado, y su marido, por el otro.

Obviamente la familia fue creciendo, y ella llegó a conocer hasta a sus bisnietos. Con 100 años de edad, al aproximarse la Navidad del 2020, Rocío quiso hacer una cena para toda su familia, pues pensaba que sería la última.

Sin escuchar advertencias ni consejos, la dama ordenó a su criada de toda la vida, una señora de 87 años, y a su chofer de toda la vida, un hombre de 82, que fueran a recorrer todos los mercados para traer lo necesario para la cena.

Sin reparar en gastos, aquel par de empleados trajeron a la casa todo lo que le gustaba a su patrona, pero también le trajeron el coronavirus. Para el dos de diciembre toda la familia consanguínea y política estaba infectada, lo mismo que los sirvientes.

A Rocío siempre la favoreció la buena fortuna por lo que a pesar de ser una mujer centenaria logró vencer al mal, al igual que toda su familia. Los que no corrieron la misma suerte fueron la sirvienta ni el chofer de toda la vida, quienes antes de terminar febrero ya estaban incinerados y reemplazados.


E Mail: santapiedra@gmail.com

Facebook: Julio Domínguez Balboa

Instagram: @Gran_Duque_Julio

Twitter: @hermosoduque


La señora Rocío estaba acostumbrada a mandar. Nacida en una familia de finqueros, aserradores, comerciantes y políticos, lo que menos había faltado en su vida había sido el dinero, y desde muy jovencita fue la niña mimada de la sociedad chiapaneca.

Cuando algún alto funcionario o candidato del partido aplanadora visitaban la entidad, Rocío siempre era la escogida para acompañar, del brazo, al personaje, siempre vestida con su traje de chiapaneca.

Como era de esperarse, cuando le llegó el momento, Rocío se casó con un hombre muy rico y de muy buena familia, emparentado con todo aquel a quien se consideraba “alguien” en el régimen posrevolucionario.

Aunque después de la boda, la única obligación que tenía Rocío era dar órdenes a los sirvientes y jugar canasta con sus amigas, jamás descuidó su figura ni su arreglo personal.

Cuando cumplió 30 años de edad se organizó un magnífico baile en su honor, y ella bromeaba diciendo que con esa fiesta le decía adiós a la juventud, aunque se viera más hermosa que nunca. Lo mismo sucedió al cumplir 40 y luego 50. A partir de los 60, por deseo propio, no se volvió a festejar su cumpleaños.

Además, sus actividades sociales se redujeron al mínimo. No visitaba ni recibía a nadie y, cuando salía por lo general era para cumplir con alguna diligencia relacionada con la enorme fortuna que le habían heredado sus padres, por un lado, y su marido, por el otro.

Obviamente la familia fue creciendo, y ella llegó a conocer hasta a sus bisnietos. Con 100 años de edad, al aproximarse la Navidad del 2020, Rocío quiso hacer una cena para toda su familia, pues pensaba que sería la última.

Sin escuchar advertencias ni consejos, la dama ordenó a su criada de toda la vida, una señora de 87 años, y a su chofer de toda la vida, un hombre de 82, que fueran a recorrer todos los mercados para traer lo necesario para la cena.

Sin reparar en gastos, aquel par de empleados trajeron a la casa todo lo que le gustaba a su patrona, pero también le trajeron el coronavirus. Para el dos de diciembre toda la familia consanguínea y política estaba infectada, lo mismo que los sirvientes.

A Rocío siempre la favoreció la buena fortuna por lo que a pesar de ser una mujer centenaria logró vencer al mal, al igual que toda su familia. Los que no corrieron la misma suerte fueron la sirvienta ni el chofer de toda la vida, quienes antes de terminar febrero ya estaban incinerados y reemplazados.


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