/ martes 24 de mayo de 2022

Joyas chiapanecas | Las señoras decentes

Después de cumplir cierta edad, a mi tía Amparito le dio por no salir de su casa.

Perdió la afición por ir a hacer las compras diarias al mercado, por ir al centro comercial a buscar algo; dejó de hacer visitas sociales, de ir a restaurantes o al cine y hasta de jugar canasta, una de sus principales aficiones.

Tampoco le gustaban las visitas y no recibía a quienes no se anunciaban antes de ir a su casa y a los que se anunciaban, tampoco.

Sin embargo, como aprendió a hacerlo desde niña, se levantaba desde las seis de la mañana, se bañaba y dedicaba alrededor de hora y media a su arreglo personal.

Escogía cuidadosamente la ropa que se iba a poner, tratando de que cada prenda combinara con la otra y con sus zapatos.

Después se maquillaba con maestría hasta quedar perfecta, sin pasar los límites de la discreción y el buen gusto. Por último, se peinaba con el pelo recogido en un moño por detrás de la nuca, y después de perfumarse bajaba al comedor de su enorme casa, en donde sus criadas le servían el desayuno.

Al terminar, revisaba que todo funcionara bien en sus dominios, que sus plantas estuvieran bien regadas en el jardín, que a sus canarios no les faltara el alimento, lo mismo que a sus perros y a su gato.

Después disponía lo que habría de comerse ese día y se encargaba de que su sirvienta de confianza consiguiera lo que hiciera falta.

Tejía un rato, veía televisión y leía siempre algún libro o alguna revista hasta que llegaba la hora de sentarse en la computadora para revisar sus correos y sus redes sociales, pues a pesar de su edad, jamás perdió el interés por estar actualizada en es esentido.

De la misma manera que desayunaba, comía sola y no se levantaba de la mesa hasta que terminaba el postre y el café.

Después de una siesta de hora y media, mi tía Amparito se levantaba, retocaba su peinado y maquillaje; y juntaba a su personal de servicio para que rezara con ella el rosario.

Una frugal merienda acompañaba a la dama a la hora de ver una telenovela nocturna y el noticiero emblema de Televisa, después de lo cual, y de asegurarse de que todas las chapas de su mansión estuvieran cerradas, se dormía plácidamente.

“¿Para qué te arreglas si note asomas ni a la calle?”, le preguntaba una de sus nietas, y ella, lacónica,le respondía que porque así lo hacían las señoras decentes.

Después de cumplir cierta edad, a mi tía Amparito le dio por no salir de su casa.

Perdió la afición por ir a hacer las compras diarias al mercado, por ir al centro comercial a buscar algo; dejó de hacer visitas sociales, de ir a restaurantes o al cine y hasta de jugar canasta, una de sus principales aficiones.

Tampoco le gustaban las visitas y no recibía a quienes no se anunciaban antes de ir a su casa y a los que se anunciaban, tampoco.

Sin embargo, como aprendió a hacerlo desde niña, se levantaba desde las seis de la mañana, se bañaba y dedicaba alrededor de hora y media a su arreglo personal.

Escogía cuidadosamente la ropa que se iba a poner, tratando de que cada prenda combinara con la otra y con sus zapatos.

Después se maquillaba con maestría hasta quedar perfecta, sin pasar los límites de la discreción y el buen gusto. Por último, se peinaba con el pelo recogido en un moño por detrás de la nuca, y después de perfumarse bajaba al comedor de su enorme casa, en donde sus criadas le servían el desayuno.

Al terminar, revisaba que todo funcionara bien en sus dominios, que sus plantas estuvieran bien regadas en el jardín, que a sus canarios no les faltara el alimento, lo mismo que a sus perros y a su gato.

Después disponía lo que habría de comerse ese día y se encargaba de que su sirvienta de confianza consiguiera lo que hiciera falta.

Tejía un rato, veía televisión y leía siempre algún libro o alguna revista hasta que llegaba la hora de sentarse en la computadora para revisar sus correos y sus redes sociales, pues a pesar de su edad, jamás perdió el interés por estar actualizada en es esentido.

De la misma manera que desayunaba, comía sola y no se levantaba de la mesa hasta que terminaba el postre y el café.

Después de una siesta de hora y media, mi tía Amparito se levantaba, retocaba su peinado y maquillaje; y juntaba a su personal de servicio para que rezara con ella el rosario.

Una frugal merienda acompañaba a la dama a la hora de ver una telenovela nocturna y el noticiero emblema de Televisa, después de lo cual, y de asegurarse de que todas las chapas de su mansión estuvieran cerradas, se dormía plácidamente.

“¿Para qué te arreglas si note asomas ni a la calle?”, le preguntaba una de sus nietas, y ella, lacónica,le respondía que porque así lo hacían las señoras decentes.