/ sábado 22 de mayo de 2021

Joyas chiapanecas | Las vicisitudes de una pariente lejana


Tenía una pariente lejana, cuya familia lo había perdido todo en un solo sexenio presidencial. Todo, menos la clase, el orgullo, la raza, la distinción y el glamour.

Sin embargo, cada vez era más difícil pagar los gastos de la casa, la servidumbre, los autos, el jardín, el club de campo y todas esas cosas que atraen a las amistades, a las “buenas” amistades.

Tampoco había dinero para pagar el salón de belleza, las cremas francesas, los vestidos elegantes, los zapatos de moda y los bolsos de colección, por no mencionar los viajes de compras a California, a Texas y de vez en cuando a París.

Por eso fue un gusto para todos cuando a mi pariente empezó a pretenderla un joven muy guapo, muy decente, muy bien preparado, pero, sobre todo, muy rico. A su corta edad prácticamente llevaba las riendas del emporio empresarial de su familia, y era considerado uno de los mejores partidos de todo el sureste de México.

Mi pariente lejana tenía un linaje cuyos orígenes podían rastrearse hasta tiempos de la Colonia, y entre sus antepasados podían contarse próceres, políticos, empresarios y muchos intelectuales.

Cuando el romance empezó a mostrar tintes de formalidad, la angustia se hizo presente en el hogar de la novia, pues para todos era claro que a la niña no la respaldaría ninguna fortuna ni habría fondos suficientes para darle una buena dote.

Sumamente diplomático, el novio convenció a todos de que el dinero no era ningún problema, que él podía hacerse cargo de todos los gastos del enlace, incluyendo el vestido nupcial, y que para él no había mejor dote que la novia misma.

A pesar de las habladurías de algunos envidiosos, la boda fue el acontecimiento social del año. Chicas casaderas de las más prestigiadas familias integraron el cortejo nupcial, y el banquete que se sirvió con posterioridad a la ceremonia fue calificado como un festín de reyes.

El padre del novio escrituró a nombre de la pareja una hermosa residencia en una exclusiva zona, y el joven regaló a su esposa un flamante automóvil deportivo último modelo. La luna de miel duró dos meses e incluyó recorridos por las principales ciudades europeas y del cercano oriente.

Al volver, la vida de la pareja estaba prácticamente resuelta. Ambos se amaban uno al otro y no carecían de nada que el dinero no pudiera comprar. Mi pariente lejana era el orgullo se su suegra, pues la joven no solamente parecía princesa, sino que tenía títulos que así lo avalaban. Era algo así como haber emparentado con la realeza.

El anuncio de la próxima llegada de un heredero llenó de alegría a todos, y cuando por fin nació, tan blanco, tan sano y tan bello como sus padres, no se hablaba de otra cosa en las altas esferas. Sin embargo, el gozo se fue al pozo cuando al poco tiempo se supo que al niño se le había detectado leucemia.

Padre, madre e hijo se trasladaron a la Clínica Mayo, en Boston, en busca de la mejor ayuda médica para salvar la vida del niño. Se hizo hasta lo imposible para remitir la enfermedad, lo cual, después mucho tiempo y dinero se consiguió.

La vida volvió a la normalidad, vinieron dos hijos más, y todo parecía un cuento de hadas hasta que el primogénito, en la adolescencia, empezó a mostrar un comportamiento extraño. Se volvió rebelde, huraño y adicto a las drogas.

Se hizo todo lo posible para devolver la ecuanimidad al niño, pero no se consiguió nada. En una madrugada, entró silencioso a la recámara de sus padres y ultimó a balazos a quienes lo habían hecho todo por salvarle la vida.


E Mail: santapiedra@gmail.com



Tenía una pariente lejana, cuya familia lo había perdido todo en un solo sexenio presidencial. Todo, menos la clase, el orgullo, la raza, la distinción y el glamour.

Sin embargo, cada vez era más difícil pagar los gastos de la casa, la servidumbre, los autos, el jardín, el club de campo y todas esas cosas que atraen a las amistades, a las “buenas” amistades.

Tampoco había dinero para pagar el salón de belleza, las cremas francesas, los vestidos elegantes, los zapatos de moda y los bolsos de colección, por no mencionar los viajes de compras a California, a Texas y de vez en cuando a París.

Por eso fue un gusto para todos cuando a mi pariente empezó a pretenderla un joven muy guapo, muy decente, muy bien preparado, pero, sobre todo, muy rico. A su corta edad prácticamente llevaba las riendas del emporio empresarial de su familia, y era considerado uno de los mejores partidos de todo el sureste de México.

Mi pariente lejana tenía un linaje cuyos orígenes podían rastrearse hasta tiempos de la Colonia, y entre sus antepasados podían contarse próceres, políticos, empresarios y muchos intelectuales.

Cuando el romance empezó a mostrar tintes de formalidad, la angustia se hizo presente en el hogar de la novia, pues para todos era claro que a la niña no la respaldaría ninguna fortuna ni habría fondos suficientes para darle una buena dote.

Sumamente diplomático, el novio convenció a todos de que el dinero no era ningún problema, que él podía hacerse cargo de todos los gastos del enlace, incluyendo el vestido nupcial, y que para él no había mejor dote que la novia misma.

A pesar de las habladurías de algunos envidiosos, la boda fue el acontecimiento social del año. Chicas casaderas de las más prestigiadas familias integraron el cortejo nupcial, y el banquete que se sirvió con posterioridad a la ceremonia fue calificado como un festín de reyes.

El padre del novio escrituró a nombre de la pareja una hermosa residencia en una exclusiva zona, y el joven regaló a su esposa un flamante automóvil deportivo último modelo. La luna de miel duró dos meses e incluyó recorridos por las principales ciudades europeas y del cercano oriente.

Al volver, la vida de la pareja estaba prácticamente resuelta. Ambos se amaban uno al otro y no carecían de nada que el dinero no pudiera comprar. Mi pariente lejana era el orgullo se su suegra, pues la joven no solamente parecía princesa, sino que tenía títulos que así lo avalaban. Era algo así como haber emparentado con la realeza.

El anuncio de la próxima llegada de un heredero llenó de alegría a todos, y cuando por fin nació, tan blanco, tan sano y tan bello como sus padres, no se hablaba de otra cosa en las altas esferas. Sin embargo, el gozo se fue al pozo cuando al poco tiempo se supo que al niño se le había detectado leucemia.

Padre, madre e hijo se trasladaron a la Clínica Mayo, en Boston, en busca de la mejor ayuda médica para salvar la vida del niño. Se hizo hasta lo imposible para remitir la enfermedad, lo cual, después mucho tiempo y dinero se consiguió.

La vida volvió a la normalidad, vinieron dos hijos más, y todo parecía un cuento de hadas hasta que el primogénito, en la adolescencia, empezó a mostrar un comportamiento extraño. Se volvió rebelde, huraño y adicto a las drogas.

Se hizo todo lo posible para devolver la ecuanimidad al niño, pero no se consiguió nada. En una madrugada, entró silencioso a la recámara de sus padres y ultimó a balazos a quienes lo habían hecho todo por salvarle la vida.


E Mail: santapiedra@gmail.com