/ martes 4 de mayo de 2021

Joyas chiapanecas | Los enanos de Ocosingo


Ocosingo es uno de los pueblos mestizos más antiguos de Chiapas. Su fundación data de la primera mitad del siglo XVI, y aunque varias familias europeas fueron pasadas a cuchillo dentro de la propia iglesia durante las sublevaciones indias, la población autóctona finalmente fue sometida.

Sin embargo, existe un hecho poco conocido y casi olvidado en los anales de la historia: durante algún tiempo Ocosingo se llenó de enanos. Los había de ambos sexos y de todas las razas, nacían en el seno de las familias ricas que habitaban las casas de piedra y teja; y también los había en los clanes que vivían en el corazón de la Selva.

De Guatemala, Comitán y San Cristóbal llegaron facultativos y médicos al pueblo para averiguar el origen de aquel fenómeno, pero no pudieron jamás dar un veredicto contundente.

Mientras tanto, los enanos seguían reproduciéndose en todos los sectores de la sociedad. Había frailes enanos en el convento, vaqueros enanos en las fincas, sirvientas enanas en las mansiones solariegas y enanas bonitas que aspiraban concertar buenos matrimonios con enanos ricos y poderosos.

Ante tal cantidad de enanos, se intentó vestirlos con ropa de niño, la cual no les sentaba bien porque sus proporciones eran distintas a las infantiles. Entonces las costureras y los sastres empezaron a confeccionar ropa de adulto, pero en tallas muy pequeñas, incluyendo trajes de calle, camisones de dormir, así como pantaletas para enana y calzoncillos para enano.

Obviamente al crecer, los enanos buscaban enanas para casarse y construían sus casas de acuerdo a su medida, lo mismo que los muebles, los manteles, las cortinas y hasta se conseguían caballos enanos para que los más ricos los pudieran montar.

La familia Martínez, experta en la fabricación de los afamados quesos de bola de Ocosingo, los empezó a manufacturar en pequeño para sus clientes de pequeña talla y, curiosamente, ésa es la única tradición que se conserva hasta la actualidad. Son tan solicitados los quesitos que hasta pueden conseguirse en los mercados de Tuxtla Gutiérrez y de Terán.

Sin embargo, de la misma e inexplicable manera en que aparecieron, los enanos de Ocosingo empezaron a extinguirse. En las familias dejaron de nacer niños con esa tara y los hijos de los enanos empezaron a venir estériles al mundo.

Obviamente no querían desaparecer, y los enanos de Ocosingo volvieron a acudir a la ciencia para que los rescatara de su inexorable final. Sin embargo, una vez más, los científicos se quedaron cortos. Un especialista, venido expresamente de París, prometió la salvación y se llevó a varios enanos de Ocosingo a Europa, anunciando que regresaría con la fórmula que permitiría prolongar la existencia de la gente pequeña pero no volvió jamás.

Cada vez había menos enanos en Ocosingo, y no había manera de procurar su nacimiento. Ambiciosos comerciantes los secuestraban para venderlos en ferias y circos ambulantes y llegaron a cotizarse muy alto, lo cual agravó la situación.

Ya no había enanos en Ocosingo, ni siquiera los caballitos quedaron, pero su ropita, sus sillitas de montar y otros objetos similares se volvieron piezas de colección. Sin embargo, aún se les extraña y tal vez por eso los Martínez siguen fabricando sus peculiares quesos de bola.


Correo: santapiedra@gmail.com



Ocosingo es uno de los pueblos mestizos más antiguos de Chiapas. Su fundación data de la primera mitad del siglo XVI, y aunque varias familias europeas fueron pasadas a cuchillo dentro de la propia iglesia durante las sublevaciones indias, la población autóctona finalmente fue sometida.

Sin embargo, existe un hecho poco conocido y casi olvidado en los anales de la historia: durante algún tiempo Ocosingo se llenó de enanos. Los había de ambos sexos y de todas las razas, nacían en el seno de las familias ricas que habitaban las casas de piedra y teja; y también los había en los clanes que vivían en el corazón de la Selva.

De Guatemala, Comitán y San Cristóbal llegaron facultativos y médicos al pueblo para averiguar el origen de aquel fenómeno, pero no pudieron jamás dar un veredicto contundente.

Mientras tanto, los enanos seguían reproduciéndose en todos los sectores de la sociedad. Había frailes enanos en el convento, vaqueros enanos en las fincas, sirvientas enanas en las mansiones solariegas y enanas bonitas que aspiraban concertar buenos matrimonios con enanos ricos y poderosos.

Ante tal cantidad de enanos, se intentó vestirlos con ropa de niño, la cual no les sentaba bien porque sus proporciones eran distintas a las infantiles. Entonces las costureras y los sastres empezaron a confeccionar ropa de adulto, pero en tallas muy pequeñas, incluyendo trajes de calle, camisones de dormir, así como pantaletas para enana y calzoncillos para enano.

Obviamente al crecer, los enanos buscaban enanas para casarse y construían sus casas de acuerdo a su medida, lo mismo que los muebles, los manteles, las cortinas y hasta se conseguían caballos enanos para que los más ricos los pudieran montar.

La familia Martínez, experta en la fabricación de los afamados quesos de bola de Ocosingo, los empezó a manufacturar en pequeño para sus clientes de pequeña talla y, curiosamente, ésa es la única tradición que se conserva hasta la actualidad. Son tan solicitados los quesitos que hasta pueden conseguirse en los mercados de Tuxtla Gutiérrez y de Terán.

Sin embargo, de la misma e inexplicable manera en que aparecieron, los enanos de Ocosingo empezaron a extinguirse. En las familias dejaron de nacer niños con esa tara y los hijos de los enanos empezaron a venir estériles al mundo.

Obviamente no querían desaparecer, y los enanos de Ocosingo volvieron a acudir a la ciencia para que los rescatara de su inexorable final. Sin embargo, una vez más, los científicos se quedaron cortos. Un especialista, venido expresamente de París, prometió la salvación y se llevó a varios enanos de Ocosingo a Europa, anunciando que regresaría con la fórmula que permitiría prolongar la existencia de la gente pequeña pero no volvió jamás.

Cada vez había menos enanos en Ocosingo, y no había manera de procurar su nacimiento. Ambiciosos comerciantes los secuestraban para venderlos en ferias y circos ambulantes y llegaron a cotizarse muy alto, lo cual agravó la situación.

Ya no había enanos en Ocosingo, ni siquiera los caballitos quedaron, pero su ropita, sus sillitas de montar y otros objetos similares se volvieron piezas de colección. Sin embargo, aún se les extraña y tal vez por eso los Martínez siguen fabricando sus peculiares quesos de bola.


Correo: santapiedra@gmail.com