/ martes 10 de agosto de 2021

Joyas Chiapanecas | Los retratos de Aurelia


Hija de un prominente político de finales de los años 40, heredera varios de los ranchos ganaderos más productivos del Chiapas de aquellos años, Aurelia vivió una niñez de princesa en un palacio estilo colonial californiano de las Lomas de Chapultepec de la Ciudad de México.

Dada la cercanía que su padre tenía con el presidente de la República, después de debutar en sociedad, Aurelia no sólo se convirtió en un apetecible partido matrimonial, sino que todos los pintores que en esa época aspiraban a una beca, a una medalla o a algún subsidio, querían pintar su retrato, ya que, además, era una chica preciosa.

Fue así que Aurelia posó para Diego Rivera, para David Alfaro Siqueiros, para Juan O’Gorman y para varios más; al grado tal que podría haberse montado una exposición de gran envergadura con ella sola como tema.

Sin embargo, el mismo año en que las Olimpiadas se celebraron en México, Aurelia se casó con un industrial italiano de la metalurgia, quien le compró una gigantesca mansión en el Pedregal de San Ángel, decorada por un profesional.

Entre santos coloniales del siglo XVIII y paisajes del Valle de México pintados en el XIX, sobresalían los retratos de Aurelia, la que los presumía orgullosa a quien quisiera verlos, pues con los años aumentaban de valor.

Pero, así como los precios de los cuadros fueron creciendo, la belleza de Aurelia fue quedándose en los cuadros, congelada en los trazos de los artistas genio del siglo XX.

Sin haber tenido hijos, al presentir el umbral de la vejez, el italiano entró en pánico y retornó a su tierra, en donde tenía un castillo, pero dejó a Aurelia sola en el Pedregal, en la bella mansión en la que ella fue aficionándose al alcohol y a las drogas para olvidar lo efímera que es la felicidad.

Cierta tarde dominical, completamente borracha, como si hubiera querido cobrar venganza contra la vida que la había arrebatado su hermosura, Aurelia amontonó todos sus retratos en el jardín de la casa y les prendió fuego, dejando de ellos nada más que el recuerdo porque antes de arder, los cuadros nunca fueron catalogados ni, por lo menos, fotografiados.


E Mail: santapiedra@gmail.com

Facebook: Julio Domínguez Balboa

Instagram: @gran_duque_julio


Hija de un prominente político de finales de los años 40, heredera varios de los ranchos ganaderos más productivos del Chiapas de aquellos años, Aurelia vivió una niñez de princesa en un palacio estilo colonial californiano de las Lomas de Chapultepec de la Ciudad de México.

Dada la cercanía que su padre tenía con el presidente de la República, después de debutar en sociedad, Aurelia no sólo se convirtió en un apetecible partido matrimonial, sino que todos los pintores que en esa época aspiraban a una beca, a una medalla o a algún subsidio, querían pintar su retrato, ya que, además, era una chica preciosa.

Fue así que Aurelia posó para Diego Rivera, para David Alfaro Siqueiros, para Juan O’Gorman y para varios más; al grado tal que podría haberse montado una exposición de gran envergadura con ella sola como tema.

Sin embargo, el mismo año en que las Olimpiadas se celebraron en México, Aurelia se casó con un industrial italiano de la metalurgia, quien le compró una gigantesca mansión en el Pedregal de San Ángel, decorada por un profesional.

Entre santos coloniales del siglo XVIII y paisajes del Valle de México pintados en el XIX, sobresalían los retratos de Aurelia, la que los presumía orgullosa a quien quisiera verlos, pues con los años aumentaban de valor.

Pero, así como los precios de los cuadros fueron creciendo, la belleza de Aurelia fue quedándose en los cuadros, congelada en los trazos de los artistas genio del siglo XX.

Sin haber tenido hijos, al presentir el umbral de la vejez, el italiano entró en pánico y retornó a su tierra, en donde tenía un castillo, pero dejó a Aurelia sola en el Pedregal, en la bella mansión en la que ella fue aficionándose al alcohol y a las drogas para olvidar lo efímera que es la felicidad.

Cierta tarde dominical, completamente borracha, como si hubiera querido cobrar venganza contra la vida que la había arrebatado su hermosura, Aurelia amontonó todos sus retratos en el jardín de la casa y les prendió fuego, dejando de ellos nada más que el recuerdo porque antes de arder, los cuadros nunca fueron catalogados ni, por lo menos, fotografiados.


E Mail: santapiedra@gmail.com

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Instagram: @gran_duque_julio