/ martes 11 de enero de 2022

Joyas Chiapanecas | Mis Chicas del Facebook


No cabe duda de que el Facebook tiene sus pros y sus contras.

A mí, por ejemplo, me encanta buscar a gente que alguna vez significó algo para mí, sobre todo a las chicas con las que tuve algo que ver.

Una de ellas fue Eva, una catalana que vivía en Barcelona y que me brindó su amor una noche del verano de 1994, en un ático del Barrio Chino de la Ciudad Condal.

De manera muy diplomática respondió a mi muda invitación de “contacto” al Facebook, diciendo que estaba sorprendida de saber de mí, que le daba mucho gusto y que me mandaba besos, pero hasta ahí, nada de aceptaciones ni mucho menos.

No me importó mucho, pues en sus fotografías de perfil, Eva se veía más avejentada que mi tía Maruca y con los dientes más amarillos que los granos de una mazorca.

La segunda fue Ana, una golfa de la preparatoria, de cuya mano descubrí muchos de los placeres a los que nos entregábamos los jóvenes de mediados de los años 70.

Todavía guapa, con mucho porte y elegantísima, en sus fotos aparecía rodeada de sus tres hijos, que ya adultos, con tipo de juniors de Bosques de las Lomas. Aceptación denegada con la promesa de contactarme algún día para revivir recuerdos y ponernos al tanto de lo ocurrido recientemente en nuestras vidas.

La tercera fue Patricia, una ex compañera de la universidad, a la que encontré convertida en una de las damas más elegantes de Bogotá, pues se casó con un profesor colombiano que se la llevó a vivir a su tierra. Muy delgada y distinguida, peinada como Victoria Beckham, arregladita como muñeca, Patricia se convirtió en una señora rica de la oligarquía sudamericana y ella sí me aceptó como contacto, pero jamás respondió a ninguno de mis mensajes y después de un tiempo me eliminó.

Luego logré encontrar a Delia, una ex compañera de la secundaria, quien vino a menos económicamente antes de casarse, lo que le impidió hacer un buen matrimonio y que tuvo empleos tan extravagantes como el ser modelo del Palacio de Hierro Durango o azafata en Mexicana de Aviación.

En sus fotos actuales, Delia aparecía con el cabello cano y entrada en carnes, lo que le daba el aspecto de abuelita millonaria, aunque obviamente solterona y pobre. Sus ojos denotaban la amargura que sólo el fracaso puede producir, y al no aceptar mi invitación como contacto se perdió la oportunidad de re encontrar a otro pobre solterón pobre, pero con el corazón lleno de amor.



No cabe duda de que el Facebook tiene sus pros y sus contras.

A mí, por ejemplo, me encanta buscar a gente que alguna vez significó algo para mí, sobre todo a las chicas con las que tuve algo que ver.

Una de ellas fue Eva, una catalana que vivía en Barcelona y que me brindó su amor una noche del verano de 1994, en un ático del Barrio Chino de la Ciudad Condal.

De manera muy diplomática respondió a mi muda invitación de “contacto” al Facebook, diciendo que estaba sorprendida de saber de mí, que le daba mucho gusto y que me mandaba besos, pero hasta ahí, nada de aceptaciones ni mucho menos.

No me importó mucho, pues en sus fotografías de perfil, Eva se veía más avejentada que mi tía Maruca y con los dientes más amarillos que los granos de una mazorca.

La segunda fue Ana, una golfa de la preparatoria, de cuya mano descubrí muchos de los placeres a los que nos entregábamos los jóvenes de mediados de los años 70.

Todavía guapa, con mucho porte y elegantísima, en sus fotos aparecía rodeada de sus tres hijos, que ya adultos, con tipo de juniors de Bosques de las Lomas. Aceptación denegada con la promesa de contactarme algún día para revivir recuerdos y ponernos al tanto de lo ocurrido recientemente en nuestras vidas.

La tercera fue Patricia, una ex compañera de la universidad, a la que encontré convertida en una de las damas más elegantes de Bogotá, pues se casó con un profesor colombiano que se la llevó a vivir a su tierra. Muy delgada y distinguida, peinada como Victoria Beckham, arregladita como muñeca, Patricia se convirtió en una señora rica de la oligarquía sudamericana y ella sí me aceptó como contacto, pero jamás respondió a ninguno de mis mensajes y después de un tiempo me eliminó.

Luego logré encontrar a Delia, una ex compañera de la secundaria, quien vino a menos económicamente antes de casarse, lo que le impidió hacer un buen matrimonio y que tuvo empleos tan extravagantes como el ser modelo del Palacio de Hierro Durango o azafata en Mexicana de Aviación.

En sus fotos actuales, Delia aparecía con el cabello cano y entrada en carnes, lo que le daba el aspecto de abuelita millonaria, aunque obviamente solterona y pobre. Sus ojos denotaban la amargura que sólo el fracaso puede producir, y al no aceptar mi invitación como contacto se perdió la oportunidad de re encontrar a otro pobre solterón pobre, pero con el corazón lleno de amor.