/ martes 23 de febrero de 2021

Joyas Chiapanecas | Para servirle al licenciado


Aunque sus protagonistas ya no estén en este mundo, existen anécdotas que sobreviven por sí mismas gracias a la tradición oral pues en Chiapas priva la tradición de que a ciertas personas encaramadas en el poder no se les puede tocar ni con el punto fino de un bolígrafo.

Me aprovecharé pues de la ausencia de quienes vivieron esta historia para platicarla brevemente, con la esperanza de que sus descendientes no se sientan agraviados o se pongan, como dice el pueblo, el saco.

Los hechos sucedieron a mediados del siglo XX, en los tiempos en los que en Chiapas había pocos jefes y muchos indios y no al revés, tal como sucede ahora.

Para nadie era un secreto la existencia de una familia chiapaneca que, venida a menos con la Revolución, había vuelto a cobrar fuerzas con los gobiernos que sucedieron al de Lázaro Cárdenas, el más claro ejemplo del caudillo que daba la vida por los pobres, pero mientras tanto la disfrutaba en su mansión de las Lomas de Chapultepec (Ciudad de México).

Al igual que las de la capital mexicana, esa familia a la que me refiero también tenía su residencia estilo colonial californiano, con cantera, mármol, hierro forjado, tibores orientales, tapetes persas y candiles de cristal de Bohemia, entre otros lujos.

A punto de ser gobernador varias veces, el patriarca de aquel clan, estaba casado con una dama de aristocrático porte, tan bien vestida y arreglada que fácilmente hubiera podido ser confundida con una auténtica señora de Las Lomas.

En cierta ocasión, la pareja ofreció una fiesta a la que se invitó a todo aquel a quien se considerara alguien en la sociedad chiapaneca, y la casa relumbró como nunca al son de la marimba. Meseros y sirvientes iban de un lado para el otro atendiendo a la concurrencia.

Vestida como si fuese la mismísima Jackie Kennedy, la dueña de la casa no hacía otra cosa más que convivir con los invitados, pues aquella noche, en su lujoso palacio ella era la reina. Como era muy educada y discreta, para todo el mundo pasaba inadvertido el hecho de que la elegante mujer no dejaba de beber, lo cual no era precisamente lo más conveniente para su adicción a las píldoras tranquilizantes.

Elegantísimas, las parejas bailaban los ritmos de moda interpretados con el instrumento regional, lo que daba al ambiente un toque muy especial, como de festejo de la oligarquía de la más bananera de las repúblicas centroamericanas.

La anfitriona apuraba un whisky con soda, cuando “alguien” se acercó a ella y le murmuró que su marido se había encerrado en el baño con alguna de las emperifolladas concurrentes.

Herida una vez más en donde más le dolía, pues a pesar de parecer simio, por su poder las mujeres se le entregaban al marido como las moscas a la miel, la dama perdió la compostura y corrió hasta la puerta del baño.

“¡Sal de ahí desgraciado!, ¡quiero saber quién es la piruja con la que me engañas”, gritaba, y sus mejores amigas trataban de calmarla, aunque en el fondo se sentían felices de ver el ridículo que estaba haciendo aquella infeliz mujer.

Después un buen rato, la puerta del baño se abrió de un golpe y muy orondo salió el dueño de la casa abrochándose los pantalones y, detrás de él, también con la ropa descompuesta, su compadre y secretario particular.


E-Mail: santapiedra@gmail.com

Facebook: Julio Domínguez Balboa

Instagram: @Gran_Duque_Julio

Twitter: @hermosoduque


Aunque sus protagonistas ya no estén en este mundo, existen anécdotas que sobreviven por sí mismas gracias a la tradición oral pues en Chiapas priva la tradición de que a ciertas personas encaramadas en el poder no se les puede tocar ni con el punto fino de un bolígrafo.

Me aprovecharé pues de la ausencia de quienes vivieron esta historia para platicarla brevemente, con la esperanza de que sus descendientes no se sientan agraviados o se pongan, como dice el pueblo, el saco.

Los hechos sucedieron a mediados del siglo XX, en los tiempos en los que en Chiapas había pocos jefes y muchos indios y no al revés, tal como sucede ahora.

Para nadie era un secreto la existencia de una familia chiapaneca que, venida a menos con la Revolución, había vuelto a cobrar fuerzas con los gobiernos que sucedieron al de Lázaro Cárdenas, el más claro ejemplo del caudillo que daba la vida por los pobres, pero mientras tanto la disfrutaba en su mansión de las Lomas de Chapultepec (Ciudad de México).

Al igual que las de la capital mexicana, esa familia a la que me refiero también tenía su residencia estilo colonial californiano, con cantera, mármol, hierro forjado, tibores orientales, tapetes persas y candiles de cristal de Bohemia, entre otros lujos.

A punto de ser gobernador varias veces, el patriarca de aquel clan, estaba casado con una dama de aristocrático porte, tan bien vestida y arreglada que fácilmente hubiera podido ser confundida con una auténtica señora de Las Lomas.

En cierta ocasión, la pareja ofreció una fiesta a la que se invitó a todo aquel a quien se considerara alguien en la sociedad chiapaneca, y la casa relumbró como nunca al son de la marimba. Meseros y sirvientes iban de un lado para el otro atendiendo a la concurrencia.

Vestida como si fuese la mismísima Jackie Kennedy, la dueña de la casa no hacía otra cosa más que convivir con los invitados, pues aquella noche, en su lujoso palacio ella era la reina. Como era muy educada y discreta, para todo el mundo pasaba inadvertido el hecho de que la elegante mujer no dejaba de beber, lo cual no era precisamente lo más conveniente para su adicción a las píldoras tranquilizantes.

Elegantísimas, las parejas bailaban los ritmos de moda interpretados con el instrumento regional, lo que daba al ambiente un toque muy especial, como de festejo de la oligarquía de la más bananera de las repúblicas centroamericanas.

La anfitriona apuraba un whisky con soda, cuando “alguien” se acercó a ella y le murmuró que su marido se había encerrado en el baño con alguna de las emperifolladas concurrentes.

Herida una vez más en donde más le dolía, pues a pesar de parecer simio, por su poder las mujeres se le entregaban al marido como las moscas a la miel, la dama perdió la compostura y corrió hasta la puerta del baño.

“¡Sal de ahí desgraciado!, ¡quiero saber quién es la piruja con la que me engañas”, gritaba, y sus mejores amigas trataban de calmarla, aunque en el fondo se sentían felices de ver el ridículo que estaba haciendo aquella infeliz mujer.

Después un buen rato, la puerta del baño se abrió de un golpe y muy orondo salió el dueño de la casa abrochándose los pantalones y, detrás de él, también con la ropa descompuesta, su compadre y secretario particular.


E-Mail: santapiedra@gmail.com

Facebook: Julio Domínguez Balboa

Instagram: @Gran_Duque_Julio

Twitter: @hermosoduque