/ jueves 13 de junio de 2019

No es bueno pero es fácil


Carrereando la chuleta


Hay situaciones que vemos de forma muy natural y que no tienen nada de normales, una de ellas es el consumo de alcohol. Que conste que no me la estoy dando de puritano, me encantan las chelitas bien frías y más si van acompañadas de un buen totopo, unas tiritas de pescado o unas albóndigas en chipotle, unas dobladitas… Ya depende del gusto de cada quien pues, pero no me desvío, el punto era el alcohol, no la comida.

Y mientras eso sea, mientras lo consumamos con alimentos, como un acompañante más y sobre todo, que no tengamos 16 años o menos, no pasa gran cosa. Estamos atentando contra nuestro organismo, cierto, al igual que con el tabaco o las grasas y los azúcares en exceso, pero hasta ahí los amolados somos principalmente nosotros. El problema con el alcohol es que torcemos, además a la sociedad completa y no exagero.

Sólo por ponerle un ejemplo, de acuerdo con estudios de organismos internacionales en materia de vialidad, en México se mueren nada más 24 mil personas al año en accidentes automovilísticos relacionados con el consumo de alcohol, no saque la calculadora, son más de 65 personas diarias.

A eso habría que aunarle el número de familias destruidas, ¿quién no conoce a un pariente cercano, tal vez muy cercano, que en su alcoholismo destruyó la vida de sus padres, su pareja o sus hijos? Tristemente me atrevería a decir que todos sabemos de al menos un caso, si no es que lo vivimos en carne propia, pero también están los enfermos con nula esperanza de vida, por ejemplo, en el caso de una cirrosis. En fin, las consecuencias del abuso en el consumo de este tipo de bebidas causan muchos problemas.

Pero le decía, no queda sólo en lo familiar, es un problema social, además, de un asunto de salud, un alcohólico puede causar la muerte de quien ni siquiera lo conoce, lo paradójico es que siendo mortal lo encontremos con la mayor facilidad, como si fueran chicles.

En casi cualquier tienda puede adquirir una bebida embriagante, en la mayoría de los restaurantes también, es más, en muchas de las casas mexicanas hay alcohol disponible, por lo que su consumo se vuelve común, habitual y más de uno se sigue de largo, sin siquiera pensar en que así comienzan todos, con una copa cada ocho días, luego cada tercer día, a diario.

Si a eso sumamos que ha proliferado el alcohol adulterado, ya se imaginará la dimensión de lo que le estoy contando. El Estado por supuesto debe hacer lo que le toca, entre otras cosas y que no siempre se cumple, el que no proliferen los changarros que venden alcohol sin ninguna vigilancia y menos cerca de escuelas.

Aunque como en todo, gran parte de la solución está en la prevención y ésta incluye informar, sobre todo en etapas tempranas acerca de las consecuencias de su abuso. El trabajo con la población infantil es fundamental, se debe dotar a los chamacos de más herramientas para que sean, en su caso, consumidores responsables.

Las técnicas se dividen, hay quienes aseguran que, si los niños experimentan el sabor, conocen de qué se trata y desde ese momento se les hace énfasis en cuáles son los riesgos, sabrán decir no llegado el momento, sabrán hasta dónde. En cambio, hay quien prefiere satanizarlo desde un principio y prohibir cualquier contacto con una bebida embriagante.

Diría la filósofa de Xochiltepec, ni tanto que queme al santo, ni tanto que no lo alumbre. Pero sea cual sea el método, lo importante es que se concientice a los chamacos sobre esto también (creo que hasta ahorita me estoy percatando de la cantidad de cosas que tiene uno que asimilar de chamaco para que no meta la pata o la riegue lo menos posible en esta vida).

No podemos evitar que el alcohol quede al alcance de cualquiera, pero lo que sí podemos hacer es dar razones, comprobables, claras, de que el abuso en su consumo es una equivocación que puede costar la vida propia o de otros.



Carrereando la chuleta


Hay situaciones que vemos de forma muy natural y que no tienen nada de normales, una de ellas es el consumo de alcohol. Que conste que no me la estoy dando de puritano, me encantan las chelitas bien frías y más si van acompañadas de un buen totopo, unas tiritas de pescado o unas albóndigas en chipotle, unas dobladitas… Ya depende del gusto de cada quien pues, pero no me desvío, el punto era el alcohol, no la comida.

Y mientras eso sea, mientras lo consumamos con alimentos, como un acompañante más y sobre todo, que no tengamos 16 años o menos, no pasa gran cosa. Estamos atentando contra nuestro organismo, cierto, al igual que con el tabaco o las grasas y los azúcares en exceso, pero hasta ahí los amolados somos principalmente nosotros. El problema con el alcohol es que torcemos, además a la sociedad completa y no exagero.

Sólo por ponerle un ejemplo, de acuerdo con estudios de organismos internacionales en materia de vialidad, en México se mueren nada más 24 mil personas al año en accidentes automovilísticos relacionados con el consumo de alcohol, no saque la calculadora, son más de 65 personas diarias.

A eso habría que aunarle el número de familias destruidas, ¿quién no conoce a un pariente cercano, tal vez muy cercano, que en su alcoholismo destruyó la vida de sus padres, su pareja o sus hijos? Tristemente me atrevería a decir que todos sabemos de al menos un caso, si no es que lo vivimos en carne propia, pero también están los enfermos con nula esperanza de vida, por ejemplo, en el caso de una cirrosis. En fin, las consecuencias del abuso en el consumo de este tipo de bebidas causan muchos problemas.

Pero le decía, no queda sólo en lo familiar, es un problema social, además, de un asunto de salud, un alcohólico puede causar la muerte de quien ni siquiera lo conoce, lo paradójico es que siendo mortal lo encontremos con la mayor facilidad, como si fueran chicles.

En casi cualquier tienda puede adquirir una bebida embriagante, en la mayoría de los restaurantes también, es más, en muchas de las casas mexicanas hay alcohol disponible, por lo que su consumo se vuelve común, habitual y más de uno se sigue de largo, sin siquiera pensar en que así comienzan todos, con una copa cada ocho días, luego cada tercer día, a diario.

Si a eso sumamos que ha proliferado el alcohol adulterado, ya se imaginará la dimensión de lo que le estoy contando. El Estado por supuesto debe hacer lo que le toca, entre otras cosas y que no siempre se cumple, el que no proliferen los changarros que venden alcohol sin ninguna vigilancia y menos cerca de escuelas.

Aunque como en todo, gran parte de la solución está en la prevención y ésta incluye informar, sobre todo en etapas tempranas acerca de las consecuencias de su abuso. El trabajo con la población infantil es fundamental, se debe dotar a los chamacos de más herramientas para que sean, en su caso, consumidores responsables.

Las técnicas se dividen, hay quienes aseguran que, si los niños experimentan el sabor, conocen de qué se trata y desde ese momento se les hace énfasis en cuáles son los riesgos, sabrán decir no llegado el momento, sabrán hasta dónde. En cambio, hay quien prefiere satanizarlo desde un principio y prohibir cualquier contacto con una bebida embriagante.

Diría la filósofa de Xochiltepec, ni tanto que queme al santo, ni tanto que no lo alumbre. Pero sea cual sea el método, lo importante es que se concientice a los chamacos sobre esto también (creo que hasta ahorita me estoy percatando de la cantidad de cosas que tiene uno que asimilar de chamaco para que no meta la pata o la riegue lo menos posible en esta vida).

No podemos evitar que el alcohol quede al alcance de cualquiera, pero lo que sí podemos hacer es dar razones, comprobables, claras, de que el abuso en su consumo es una equivocación que puede costar la vida propia o de otros.