/ jueves 25 de marzo de 2021

Tu guía para el bien vivir | Emociones desproporcionadas


Vas caminando con tu hijo de 8 años tomado de la mano, de pronto, el niño se suelta y queda a poco de cruzarse la calle. Todo en fracción de segundos, lo siguiente es un regaño tremendo para el menor, sino es que quizá incluso un golpe.

La madre o padre que hace esto le grita al pequeño ¿Qué le pasa? ¿Porqué rayos hizo eso? ¿En qué estaba pensando? Todo ello sumado a palabras hirientes que intentan hacer razonar el niño que eso que hizo estuvo mal.

¿Resultado? El niño se siente herido y, peor: no sabe lo que hizo mal. Al momento que levantas la voz, lo bloqueas, tiene miedo y deja de entender pero sabe que hay ira en lo que se le dice.

En otro caso, quedaste con tu pareja para salir, al último minuto te dice que no puede, entonces comienzas a gritar, te enojas cada vez más las palabras son más hirientes conforme avanza el episodio. ¿Porqué te hace esto? Era algo que ya habían acordado ¿Acaso no te ama lo suficiente? ¿Eso otro es más importante? Claro que todo aderazado con palabras altisonantes.

De nuevo ¿Resultado? La otra persona dejó de escuchar en cuanto dijiste algo como culpándolo y cuando tu tono de voz se hizo estridente, simplemente dejó de comprender las palabras que usas y pasó al modo defensivo de también agredir, insultar o ignorar.

¿Cuál es el problema? En ambos casos se trata de emociones no reconocidas que solemos traer atragantadas “entre pecho y espalda” y que afloran a la menor oportunidad o que simplemente nos dominan porque no sabemos reconocerlas y mucho menos gestionarlas.

Lo que ocurre en el primer caso es miedo, toda esa ira, todos esos gritos podían resumirse en “sentí mucho miedo de que pudieras sufrir un daño” “lo que hiciste fue muy peligroso, pudiste morir” “al soltarte de mi mano te has puesto en riesgo”, eso, dicho con un tono de voz lo más tranquilo posible (entendemos que no vas a estar impasible pero tampoco hace falta gritar, además, como vimos, no funciona) y si además le abrazas, tendrá mucho más efecto que la otra reacción.

En el segundo caso, se trata de soledad, angustia y temor al abandono. Podía resolverse de otro modo quizá reprogramando la cita para más tarde, para otro día y tú si ya tienes ganas de salir, buscando otra actividad que hacer con amigos, amigas, o ¿Porqué no? En soledad que eso a veces es bueno. Ayuda a la otra persona a entender que no dependes completamente de ella para sentirte a gusto y que entiendes que a veces, hay otras actividades que interfieren.

Cuando comenzamos a analizar las emociones que hay detrás de cada reacción fuerte que tenemos, comenzamos a tener una vida más completa y plena con menos discusiones, por ejemplo, el compañero de trabajo o la compañera que te hacen la vida imposible, quizá en realidad tienen miedo de que tú seas mejor o simplemente tienen en casa una vida tan complicada que atacarte en el trabajo les permite un desahogo. ¿Cómo se lo impides? Con amabilidad, si tú eres amable es más complicado atacarte. Ojo, no hablamos de permitir que hagan una alfombra contigo, sólo de aprendas a elegir tus batallas desde la conciencia de la emoción que la genera pues muchas veces nos desquitamos con quienes no tienen “ni vela en el entierro” y no con lo que esa situación realmente nos muestra: una emoción no gestionada en nuestro interior.

Fb. Yo Soy Conciencia

Escríbeme: ideleon@diariodelsur.com.mx


Vas caminando con tu hijo de 8 años tomado de la mano, de pronto, el niño se suelta y queda a poco de cruzarse la calle. Todo en fracción de segundos, lo siguiente es un regaño tremendo para el menor, sino es que quizá incluso un golpe.

La madre o padre que hace esto le grita al pequeño ¿Qué le pasa? ¿Porqué rayos hizo eso? ¿En qué estaba pensando? Todo ello sumado a palabras hirientes que intentan hacer razonar el niño que eso que hizo estuvo mal.

¿Resultado? El niño se siente herido y, peor: no sabe lo que hizo mal. Al momento que levantas la voz, lo bloqueas, tiene miedo y deja de entender pero sabe que hay ira en lo que se le dice.

En otro caso, quedaste con tu pareja para salir, al último minuto te dice que no puede, entonces comienzas a gritar, te enojas cada vez más las palabras son más hirientes conforme avanza el episodio. ¿Porqué te hace esto? Era algo que ya habían acordado ¿Acaso no te ama lo suficiente? ¿Eso otro es más importante? Claro que todo aderazado con palabras altisonantes.

De nuevo ¿Resultado? La otra persona dejó de escuchar en cuanto dijiste algo como culpándolo y cuando tu tono de voz se hizo estridente, simplemente dejó de comprender las palabras que usas y pasó al modo defensivo de también agredir, insultar o ignorar.

¿Cuál es el problema? En ambos casos se trata de emociones no reconocidas que solemos traer atragantadas “entre pecho y espalda” y que afloran a la menor oportunidad o que simplemente nos dominan porque no sabemos reconocerlas y mucho menos gestionarlas.

Lo que ocurre en el primer caso es miedo, toda esa ira, todos esos gritos podían resumirse en “sentí mucho miedo de que pudieras sufrir un daño” “lo que hiciste fue muy peligroso, pudiste morir” “al soltarte de mi mano te has puesto en riesgo”, eso, dicho con un tono de voz lo más tranquilo posible (entendemos que no vas a estar impasible pero tampoco hace falta gritar, además, como vimos, no funciona) y si además le abrazas, tendrá mucho más efecto que la otra reacción.

En el segundo caso, se trata de soledad, angustia y temor al abandono. Podía resolverse de otro modo quizá reprogramando la cita para más tarde, para otro día y tú si ya tienes ganas de salir, buscando otra actividad que hacer con amigos, amigas, o ¿Porqué no? En soledad que eso a veces es bueno. Ayuda a la otra persona a entender que no dependes completamente de ella para sentirte a gusto y que entiendes que a veces, hay otras actividades que interfieren.

Cuando comenzamos a analizar las emociones que hay detrás de cada reacción fuerte que tenemos, comenzamos a tener una vida más completa y plena con menos discusiones, por ejemplo, el compañero de trabajo o la compañera que te hacen la vida imposible, quizá en realidad tienen miedo de que tú seas mejor o simplemente tienen en casa una vida tan complicada que atacarte en el trabajo les permite un desahogo. ¿Cómo se lo impides? Con amabilidad, si tú eres amable es más complicado atacarte. Ojo, no hablamos de permitir que hagan una alfombra contigo, sólo de aprendas a elegir tus batallas desde la conciencia de la emoción que la genera pues muchas veces nos desquitamos con quienes no tienen “ni vela en el entierro” y no con lo que esa situación realmente nos muestra: una emoción no gestionada en nuestro interior.

Fb. Yo Soy Conciencia

Escríbeme: ideleon@diariodelsur.com.mx