/ domingo 22 de octubre de 2023

Ángel Mérida Lanfray, el señor de la “paella”

Comenzó de camarero en un restaurante, era el único oficio que dominaba, así que el resto no es fácil de contar

Ángel Mérida Lanfray nació el 13 de abril de 1951, es el hijo de don Carlos Mérida Robledo y Úrsula Lanfray Loayza. Ocupa el tercer lugar de siete hermanos, así que su infancia estuvo llena de cariño y en su juventud, decidió darle dirección a su vida.

Nació hace 71 años cuando Tapachula era otro, con menos progreso, pero con más vida familiar, se mostró al mundo siendo joven y su carácter y buen corazón, le auxiliaron para conquistar todo lo que se propuso.

Soñaba ser ingeniero civil, pero tal vez su padre, que estaba al frente del bar “Intimo” del hotel Colomba, lo ingresa a la pequeña empresa familiar, en donde comenzó aprendiendo a fabricar botanas. Ese fue su primer contacto con la cocina.

En ese histórico bar del hotel Colomba, que estaba en el corazón de Tapachula, cuenta Ángel Mérida, que ahí, en ese ambiente su padre lo empujó sin darse cuenta a un mundo que más tarde, sería su universo en donde reinaría para siempre.

Era muy joven, tenía 18 años cuando decidió emigrar en busca de nuevas oportunidades, se aventuró con rumbo a la Ciudad de México. Pero antes, Ángel Mérida, ya había aprendido el oficio de camarero; servir, es una de sus virtudes hasta el día de hoy.

Digamos que al llegar a la Ciudad de México, se encontró con algunos amigos que habían venido a las ferias de la ciudad, quienes le apoyaron y comenzó a prepararse para enfrentar la vida. El objetivo del viaje a la Ciudad de México, para aprender a cocinar.

Comenzó de camarero en un restaurante, era el único oficio que dominaba, así que el resto no es fácil de contar, pero digamos que trabajó limpiando moldes, en aquella famosa panadería llamada “El Globo”, cuando era una simple panadería.

Ahí, en “El Globo”, conoció la mezcla de la harina, la mantequilla, el azúcar, los huevos y el resto para conseguir esa delicia que envenena dulcemente el alma y regocija la panza, los pasteles.

Ángel, en la revolución de su existencia, ha extraviado las fechas, los días y los años por la tarea de aprender, así que un buen día, un español lo invita a trabajar en su restaurante y aunque no recuerda el nombre, en qué casa, qué sitio o a qué hora… él aprendió.

Mérida Lanfray, tiene una espléndida virtud, nació con el paladar refinado, él no necesita receta ni recetario, al probar un platillo, tiene el poder de saber qué ingredientes contiene, sabe cómo se hace y los tiempos de cocción, es otra de sus suertes.

Su corta estancia en la Ciudad de México, le sirvió para tener más conocimientos, aprender, ver que afuera hay un mundo distinto, se refinó en las reglas de etiqueta, la buena mesa y, tal vez tenía 20 años cuando regresó a Tapachula… volvió dispuesto a triunfar.

Regresa y siguió vagando, como lo dice en exclusiva para Diario del Sur. Hasta que un buen día el destino le puso enfrente a Liz Pinzón de Alonso, aquella mujer que sirvió banquetes en tantas celebraciones de la época de oro de Tapachula.

Colabora con Liz Pinzón por 11 años, en ese tiempo se nutrió de más conocimientos, pero inquieto y aventurero decidió viajar a Guadalajara en busca de más sabiduría, trabajar y aprender de los grandes de la cocina.

Nació en una época cuando no era común ver a un hombre frente a la estufa, y mucho menos las universidades explotaban esta licenciatura, así que saltan siempre preguntas como, ¿en dónde aprende a cocinar, cómo se hace un maestro de la cocina y el servicio? Y Ángel responde seguro:

-Trabajé como mesero, pero no me limité, siempre ingresé a las grandes cocinas con el pretexto de ayudar, pero en realidad deseaba aprender, y esa oportunidad no la desperdicie-.

Dicho en palabras simples, su astucia lo coloca como un ladrón fino que, sin proponérselo, se robó gracias a su grandiosa inteligencia, las recetas, los tiempos y las cantidades, que su talento hizo mejorar, adaptar y cocinar al paladar de cada comensal.

Vivió los tiempos cuando la Casa Pedro Domeq venía a Tapachula, y en algunas fiestas en donde él estuvo, vio al cocinero de los altos ejecutivos preparar la “paella”, lo vio cocinar varias veces esta delicia y el mismo cocinero, le dio los secretos de este plato universal.

Ángel Mérida Lanfray, es un hombre sencillo, es un gran ser humano, que posee una humildad aplastante, es decir, tiene la mentalidad de un varón nacido en buena cuna; es un maestro de la cocina que te escucha, como si fuera un alumno tuyo hablar de cocina y no lucha por sobresalir, al contrario, acepta tu información como si no supiera nada de gastronomía y te deja en buen pedestal.

Al regresar de Guadalajara, decide abrir un restaurante que llamó “Los Caldos”, pero lo suyo lo suyo lo suyo, es la paella. Ángel vivió en el mundo de los grandes y al lado de ellos aprendió no solo a cocinar, sino también los secretos y las reglas del servicio.

El asegura que tiene 50 años cocinando paella, su plato estelar, tal vez más de 30 vendiéndola. Este plato español que incluye carnes, mariscos y una extensa variedad de ingredientes, es el plato estelar que domingo a domingo sirve en un rincón de la ciudad.

Reconoce que en Tapachula, la legendaria Queta Tinajero, también lo instruyó y le regaló muchos secretos de la alta cocina, refiriéndose con mucha admiración a esa noble mujer que lo asesoró en todas sus dudas porque Ángel Mérida Lanfray, tiene la virtud de ser un hombre agradecido.

Detrás de las recetas de este hombre existen mujeres que le han dado secretos para perfeccionar su cocina. Es así como a través de los años su nombre es prestigio y calidad.

Siempre ha existido detrás de él, María del Pilar Castañeda Hernández, su compañera de toda la vida con quien fundó una familia con dos hijos; Guadalupe y Carlos Alberto; nietos y bisnietos.

Ángel es un hombre que se abrazó a la vida desde el día que llegó a este mundo, se dejó llevar por el destino y en el camino se fue construyendo una profesión que, toda la vida ha explotado gracias a su noble carácter.

Hace más de 25 años entrevisté a Ángel Mérida Lanfray para esta misma casa editorial, era una historia distinta, sin el recuento de los años, fue una entrevista en la plenitud de su vida y cuando se encontraba en la cima del éxito.

En este reencuentro, ha confesado su historia que es un ejemplo de tenacidad, disciplina y amor al trabajo. Superó los estragos del Stan, cuando perdió todo y comenzó de cero, superó al COVID 19, que por fortuna no le dio ya que es diabético; se ha caído 100 veces y se ha levantado y eso, es un ejemplo.

En la 18ª sur prolongación #58, bueno, ingresa usted como si fuera al hotel El Bosque, y adelantito, está un letrero que dice “Birriería”, negocio que atiende su hija todos los días. Ahí está él, domingo a domingo con su famosa paella, si no pues llámele al 9621224372.


Comentarios: morancarlos.escobar1958@gmail.com


Recibe las noticias en tu WhatsApp, envía la palabra ALTA en este enlace

Ángel Mérida Lanfray nació el 13 de abril de 1951, es el hijo de don Carlos Mérida Robledo y Úrsula Lanfray Loayza. Ocupa el tercer lugar de siete hermanos, así que su infancia estuvo llena de cariño y en su juventud, decidió darle dirección a su vida.

Nació hace 71 años cuando Tapachula era otro, con menos progreso, pero con más vida familiar, se mostró al mundo siendo joven y su carácter y buen corazón, le auxiliaron para conquistar todo lo que se propuso.

Soñaba ser ingeniero civil, pero tal vez su padre, que estaba al frente del bar “Intimo” del hotel Colomba, lo ingresa a la pequeña empresa familiar, en donde comenzó aprendiendo a fabricar botanas. Ese fue su primer contacto con la cocina.

En ese histórico bar del hotel Colomba, que estaba en el corazón de Tapachula, cuenta Ángel Mérida, que ahí, en ese ambiente su padre lo empujó sin darse cuenta a un mundo que más tarde, sería su universo en donde reinaría para siempre.

Era muy joven, tenía 18 años cuando decidió emigrar en busca de nuevas oportunidades, se aventuró con rumbo a la Ciudad de México. Pero antes, Ángel Mérida, ya había aprendido el oficio de camarero; servir, es una de sus virtudes hasta el día de hoy.

Digamos que al llegar a la Ciudad de México, se encontró con algunos amigos que habían venido a las ferias de la ciudad, quienes le apoyaron y comenzó a prepararse para enfrentar la vida. El objetivo del viaje a la Ciudad de México, para aprender a cocinar.

Comenzó de camarero en un restaurante, era el único oficio que dominaba, así que el resto no es fácil de contar, pero digamos que trabajó limpiando moldes, en aquella famosa panadería llamada “El Globo”, cuando era una simple panadería.

Ahí, en “El Globo”, conoció la mezcla de la harina, la mantequilla, el azúcar, los huevos y el resto para conseguir esa delicia que envenena dulcemente el alma y regocija la panza, los pasteles.

Ángel, en la revolución de su existencia, ha extraviado las fechas, los días y los años por la tarea de aprender, así que un buen día, un español lo invita a trabajar en su restaurante y aunque no recuerda el nombre, en qué casa, qué sitio o a qué hora… él aprendió.

Mérida Lanfray, tiene una espléndida virtud, nació con el paladar refinado, él no necesita receta ni recetario, al probar un platillo, tiene el poder de saber qué ingredientes contiene, sabe cómo se hace y los tiempos de cocción, es otra de sus suertes.

Su corta estancia en la Ciudad de México, le sirvió para tener más conocimientos, aprender, ver que afuera hay un mundo distinto, se refinó en las reglas de etiqueta, la buena mesa y, tal vez tenía 20 años cuando regresó a Tapachula… volvió dispuesto a triunfar.

Regresa y siguió vagando, como lo dice en exclusiva para Diario del Sur. Hasta que un buen día el destino le puso enfrente a Liz Pinzón de Alonso, aquella mujer que sirvió banquetes en tantas celebraciones de la época de oro de Tapachula.

Colabora con Liz Pinzón por 11 años, en ese tiempo se nutrió de más conocimientos, pero inquieto y aventurero decidió viajar a Guadalajara en busca de más sabiduría, trabajar y aprender de los grandes de la cocina.

Nació en una época cuando no era común ver a un hombre frente a la estufa, y mucho menos las universidades explotaban esta licenciatura, así que saltan siempre preguntas como, ¿en dónde aprende a cocinar, cómo se hace un maestro de la cocina y el servicio? Y Ángel responde seguro:

-Trabajé como mesero, pero no me limité, siempre ingresé a las grandes cocinas con el pretexto de ayudar, pero en realidad deseaba aprender, y esa oportunidad no la desperdicie-.

Dicho en palabras simples, su astucia lo coloca como un ladrón fino que, sin proponérselo, se robó gracias a su grandiosa inteligencia, las recetas, los tiempos y las cantidades, que su talento hizo mejorar, adaptar y cocinar al paladar de cada comensal.

Vivió los tiempos cuando la Casa Pedro Domeq venía a Tapachula, y en algunas fiestas en donde él estuvo, vio al cocinero de los altos ejecutivos preparar la “paella”, lo vio cocinar varias veces esta delicia y el mismo cocinero, le dio los secretos de este plato universal.

Ángel Mérida Lanfray, es un hombre sencillo, es un gran ser humano, que posee una humildad aplastante, es decir, tiene la mentalidad de un varón nacido en buena cuna; es un maestro de la cocina que te escucha, como si fuera un alumno tuyo hablar de cocina y no lucha por sobresalir, al contrario, acepta tu información como si no supiera nada de gastronomía y te deja en buen pedestal.

Al regresar de Guadalajara, decide abrir un restaurante que llamó “Los Caldos”, pero lo suyo lo suyo lo suyo, es la paella. Ángel vivió en el mundo de los grandes y al lado de ellos aprendió no solo a cocinar, sino también los secretos y las reglas del servicio.

El asegura que tiene 50 años cocinando paella, su plato estelar, tal vez más de 30 vendiéndola. Este plato español que incluye carnes, mariscos y una extensa variedad de ingredientes, es el plato estelar que domingo a domingo sirve en un rincón de la ciudad.

Reconoce que en Tapachula, la legendaria Queta Tinajero, también lo instruyó y le regaló muchos secretos de la alta cocina, refiriéndose con mucha admiración a esa noble mujer que lo asesoró en todas sus dudas porque Ángel Mérida Lanfray, tiene la virtud de ser un hombre agradecido.

Detrás de las recetas de este hombre existen mujeres que le han dado secretos para perfeccionar su cocina. Es así como a través de los años su nombre es prestigio y calidad.

Siempre ha existido detrás de él, María del Pilar Castañeda Hernández, su compañera de toda la vida con quien fundó una familia con dos hijos; Guadalupe y Carlos Alberto; nietos y bisnietos.

Ángel es un hombre que se abrazó a la vida desde el día que llegó a este mundo, se dejó llevar por el destino y en el camino se fue construyendo una profesión que, toda la vida ha explotado gracias a su noble carácter.

Hace más de 25 años entrevisté a Ángel Mérida Lanfray para esta misma casa editorial, era una historia distinta, sin el recuento de los años, fue una entrevista en la plenitud de su vida y cuando se encontraba en la cima del éxito.

En este reencuentro, ha confesado su historia que es un ejemplo de tenacidad, disciplina y amor al trabajo. Superó los estragos del Stan, cuando perdió todo y comenzó de cero, superó al COVID 19, que por fortuna no le dio ya que es diabético; se ha caído 100 veces y se ha levantado y eso, es un ejemplo.

En la 18ª sur prolongación #58, bueno, ingresa usted como si fuera al hotel El Bosque, y adelantito, está un letrero que dice “Birriería”, negocio que atiende su hija todos los días. Ahí está él, domingo a domingo con su famosa paella, si no pues llámele al 9621224372.


Comentarios: morancarlos.escobar1958@gmail.com


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