/ martes 11 de octubre de 2022

Joyas Chiapanecas | Fobia

Era casi un bebé la primera vez que Flora sintió repugnancia al sentir los vellos de la cara de su padre, cuando éste acercó su rostro al de ella para besarla.

También le molestaba el olor a hombre, a sudor combinado con loción, era algo que simple y sencillamente no podía soportar.

Aunque su papá era muy cariñoso con ella y le compraba cosas, ella no lo quería, de hecho: lo odiaba, tan intensamente como amaba a su madre. Los besos de su mamá eran suaves, ricos, dejaban rastros de perfume francés.

Con el paso del tiempo, la capacidad de Flora para disimular la preferencia que sentía hacia su madre se fue haciendo más débil, y el padre tuvo que aceptar el desamor de su hija a quien él, sin embargo, adoraba.

Al llegarle la pubertad y su primera menstruación, Flora se aterrorizó y pasaron muchos meses antes de que entendiera que lo que le ocurría era perfectamente normal.

En cierta ocasión, la chica se levantó más temprano que de costumbre, pues en la clase de biología les habían pedido a los alumnos llegar a las seis y media de la mañana para hacer un experimento.

Somnolienta, la joven abrió la puerta del baño que compartía con sus padres, y asustada descubrió a un hombre, desnudo de la cintura hacia abajo, con tan sólo la camiseta puesta, que se afeitaba frente al espejo.

También sorprendido, el sujeto iba a decir algo, pero no pudo ya que Flora le clavó en la garganta un puntiagudo alfiler que llevaba en la mano para peinarse. El piquete debió haber sido en alguna arteria pues la sangre empezó a brotar a borbotones del cuello del desconocido hasta que perdió el conocimiento, primero, y la vida, después.

Al escuchar los ruidos violentos, los padres de Flora comprendieron que había sido un enorme descuido no advertir a la chica sobre la presencia del nuevo huésped que tenían en casa y cuyo cadáver yacía en el piso.

santapiedra@gmail.com

Era casi un bebé la primera vez que Flora sintió repugnancia al sentir los vellos de la cara de su padre, cuando éste acercó su rostro al de ella para besarla.

También le molestaba el olor a hombre, a sudor combinado con loción, era algo que simple y sencillamente no podía soportar.

Aunque su papá era muy cariñoso con ella y le compraba cosas, ella no lo quería, de hecho: lo odiaba, tan intensamente como amaba a su madre. Los besos de su mamá eran suaves, ricos, dejaban rastros de perfume francés.

Con el paso del tiempo, la capacidad de Flora para disimular la preferencia que sentía hacia su madre se fue haciendo más débil, y el padre tuvo que aceptar el desamor de su hija a quien él, sin embargo, adoraba.

Al llegarle la pubertad y su primera menstruación, Flora se aterrorizó y pasaron muchos meses antes de que entendiera que lo que le ocurría era perfectamente normal.

En cierta ocasión, la chica se levantó más temprano que de costumbre, pues en la clase de biología les habían pedido a los alumnos llegar a las seis y media de la mañana para hacer un experimento.

Somnolienta, la joven abrió la puerta del baño que compartía con sus padres, y asustada descubrió a un hombre, desnudo de la cintura hacia abajo, con tan sólo la camiseta puesta, que se afeitaba frente al espejo.

También sorprendido, el sujeto iba a decir algo, pero no pudo ya que Flora le clavó en la garganta un puntiagudo alfiler que llevaba en la mano para peinarse. El piquete debió haber sido en alguna arteria pues la sangre empezó a brotar a borbotones del cuello del desconocido hasta que perdió el conocimiento, primero, y la vida, después.

Al escuchar los ruidos violentos, los padres de Flora comprendieron que había sido un enorme descuido no advertir a la chica sobre la presencia del nuevo huésped que tenían en casa y cuyo cadáver yacía en el piso.

santapiedra@gmail.com