/ miércoles 1 de febrero de 2023

Joyas Chiapanecas | Todo empezó en Santo Domingo por El Duque de Santo Ton


Este relato está basado en hechos absolutamente reales, aunque ciertos nombres y circunstancias fueron modificados para proteger la identidad de inocentes. Se recomienda discreción

Milton nació en un pueblo pequeño de la costa de Chiapas, y desde que era niño soñaba con salir de ahí, ya que sabía que el mundo era mucho más grande que aquel caserío en el que algunos turistas desorientados se detenían a comer un coctel de camarones o beber una cerveza.

Pero la vida de Milton no le interesaba a su padre, quien adivinaba en el chico deseos reprimidos por otros hombres, y la madre prácticamente no podía solventarle siquiera un viaje de estudios a Tapachula o a Tuxtla; así que el pobre muchacho se conformaba con soñar, hasta que conoció al chofer de un camión de carga, que se ofreció a llevarlo hasta Tuxtla a cambio de los favores sexuales que le fue cobrando durante casi todo el trayecto.

Una vez en la ciudad el camionero dejó a Milton abandonado a su suerte, y el joven trató inútilmente de buscar trabajo, hasta que terminó prostituyéndose en la plaza de Santo Domingo, el sitio por excelencia de los encuentros homosexuales clandestinos.

Milton era moreno oscuro, muy oscuro, pero tenía las facciones delicadas y el cabello ensortijado, lo que le daba un aire especial, como de personaje de película étnica de Pasolini. Eso atrajo a don Matías, el sesentón dueño de un gimnasio cercano al mercado viejo, quien le ofreció empleo de afanador y asistente, pagándole un sueldo modesto pero que le permitía dejar de vender su cuerpo a desconocidos en la calle, además de que en sus ratos libres el chico podía ejercitarse en las instalaciones del negocio.

Durante los dos años que Milton trabajó para don Matías, logró transformar su cuerpo, haciéndolo sumamente llamativo, tanto para hombres como para mujeres.

Los buscadores de talentos locales no tardaron en ofrecerle participaciones en certámenes de belleza masculina y en pasarelas y sesiones de fotos, pero él, que de tonto no tenía un pelo, rechazó todas aquellas ofertas y muy pronto Tuxtla empezó a parecerle demasiado pequeña para sus ambiciones.

Un compañero de gimnasio le dijo que el futuro estaba en el Caribe, que en Cancún podría ganar más del triple de lo que le pagaban en Tuxtla y que tendría muchas más posibilidades de ascender socialmente.

Ilusionado, Milton retiró sus ahorros de la cuenta bancaria que había abierto para tal fin, y compró un boleto de autobús, para llegar a Cancún después de viajar muchas horas. Don Matías lo había recomendado en un gimnasio, en el que lo contrataron como entrenador personal.

Dada la naturaleza de sus preferencias sexuales, a Milton le fascinaba, en sus ratos libres, pasear por las playas de Cancún, ataviado tan solo con un minúsculo traje de baño que tapaba, pero no ocultaba los atributos genitales con los que la naturaleza lo había dotado, así como sus broncíneos músculos que llamaban la atención todos los que lo veían.

El haber ejercido la prostitución callejera cuando era casi un niño, había enseñado a Milton que ese era un ingrato camino y evitó caer en la tentación del dinero fácil, hasta que conoció a un modisto español, que lo conquistó regalándole ropa cara e invitándolo a comer y a bailar a sitios de lujo. Muy pronto, aquella aventura veraniega se convirtió en una obsesión amorosa para el hispano, quien le propuso a Milton ser su pareja y acompañarlo a Madrid para vivir juntos.

Así fue como Milton fue a parar a la capital de España, convertido en el amante oficial de uno de los niños terribles de la moda de Villa y Corte, cuya sala de exhibición estaba en plena calle Serrano, una zona por demás privilegiada. Ansioso de triunfo, el muchacho se adaptó rápidamente a la cosmopolita capital de España, pero en lugar de buscar empleo en un gimnasio, se dedicó a aprender de su compañero de cama el arte de vestir a la mujer.

El éxito de aquel joven nacido en la costa chiapaneca fue vertiginoso. Tenía mucha sensibilidad y aprendió a coser y, sobre todo, a diseñar. Las damas más elegantes de España querían ser vestidas por Milton, quien no solamente olvidó el acento chiapaneco, sino que dejó atrás el mexicano, y al expresarse lo hacía como si fuera un auténtico castellano.

Nadie se percató del momento exacto en que el chiapaneco superó a su amante en el plano comercial, y sus vestidos, sobre todo los de novia, empezaron a alcanzar precios estratosféricos. Obviamente, Milton empezó a ser requerido en los círculos más exclusivos de la moda, en los desfiles más elegantes y fue ahí, donde conoció a un famoso fotógrafo inglés, que le propuso montar su propio atelier en Londres y convertirse en el amor de sus amores. Avergonzado, pero dispuesto a no detener sus planes, Milton comunicó a su novio que pensaba dejar el mundo de la moda española para intentarlo en Inglaterra, que abandonaba España y lo abandonaba a él.

Aquel fue un golpe brutal para el amante de Milton, quien en un afán de retenerlo lo amenazó con una pistola y le dijo que a él ningún indio de porquería iba a abandonarlo, pero el chiapaneco logró quitarle el arma y ponerle una golpiza. Hasta el momento de cerrar esta nota, se sabía que Milton, después de haber triunfado en Londres, pensaba abandonar al fotógrafo inglés para ir a vivir a París con un joyero, dueño de un castillo en Alsacia, que pensaba abrir para él una boutique. Aunque cabe mencionar que dicha información no fue proporcionada por fuentes autorizadas.


Este relato está basado en hechos absolutamente reales, aunque ciertos nombres y circunstancias fueron modificados para proteger la identidad de inocentes. Se recomienda discreción

Milton nació en un pueblo pequeño de la costa de Chiapas, y desde que era niño soñaba con salir de ahí, ya que sabía que el mundo era mucho más grande que aquel caserío en el que algunos turistas desorientados se detenían a comer un coctel de camarones o beber una cerveza.

Pero la vida de Milton no le interesaba a su padre, quien adivinaba en el chico deseos reprimidos por otros hombres, y la madre prácticamente no podía solventarle siquiera un viaje de estudios a Tapachula o a Tuxtla; así que el pobre muchacho se conformaba con soñar, hasta que conoció al chofer de un camión de carga, que se ofreció a llevarlo hasta Tuxtla a cambio de los favores sexuales que le fue cobrando durante casi todo el trayecto.

Una vez en la ciudad el camionero dejó a Milton abandonado a su suerte, y el joven trató inútilmente de buscar trabajo, hasta que terminó prostituyéndose en la plaza de Santo Domingo, el sitio por excelencia de los encuentros homosexuales clandestinos.

Milton era moreno oscuro, muy oscuro, pero tenía las facciones delicadas y el cabello ensortijado, lo que le daba un aire especial, como de personaje de película étnica de Pasolini. Eso atrajo a don Matías, el sesentón dueño de un gimnasio cercano al mercado viejo, quien le ofreció empleo de afanador y asistente, pagándole un sueldo modesto pero que le permitía dejar de vender su cuerpo a desconocidos en la calle, además de que en sus ratos libres el chico podía ejercitarse en las instalaciones del negocio.

Durante los dos años que Milton trabajó para don Matías, logró transformar su cuerpo, haciéndolo sumamente llamativo, tanto para hombres como para mujeres.

Los buscadores de talentos locales no tardaron en ofrecerle participaciones en certámenes de belleza masculina y en pasarelas y sesiones de fotos, pero él, que de tonto no tenía un pelo, rechazó todas aquellas ofertas y muy pronto Tuxtla empezó a parecerle demasiado pequeña para sus ambiciones.

Un compañero de gimnasio le dijo que el futuro estaba en el Caribe, que en Cancún podría ganar más del triple de lo que le pagaban en Tuxtla y que tendría muchas más posibilidades de ascender socialmente.

Ilusionado, Milton retiró sus ahorros de la cuenta bancaria que había abierto para tal fin, y compró un boleto de autobús, para llegar a Cancún después de viajar muchas horas. Don Matías lo había recomendado en un gimnasio, en el que lo contrataron como entrenador personal.

Dada la naturaleza de sus preferencias sexuales, a Milton le fascinaba, en sus ratos libres, pasear por las playas de Cancún, ataviado tan solo con un minúsculo traje de baño que tapaba, pero no ocultaba los atributos genitales con los que la naturaleza lo había dotado, así como sus broncíneos músculos que llamaban la atención todos los que lo veían.

El haber ejercido la prostitución callejera cuando era casi un niño, había enseñado a Milton que ese era un ingrato camino y evitó caer en la tentación del dinero fácil, hasta que conoció a un modisto español, que lo conquistó regalándole ropa cara e invitándolo a comer y a bailar a sitios de lujo. Muy pronto, aquella aventura veraniega se convirtió en una obsesión amorosa para el hispano, quien le propuso a Milton ser su pareja y acompañarlo a Madrid para vivir juntos.

Así fue como Milton fue a parar a la capital de España, convertido en el amante oficial de uno de los niños terribles de la moda de Villa y Corte, cuya sala de exhibición estaba en plena calle Serrano, una zona por demás privilegiada. Ansioso de triunfo, el muchacho se adaptó rápidamente a la cosmopolita capital de España, pero en lugar de buscar empleo en un gimnasio, se dedicó a aprender de su compañero de cama el arte de vestir a la mujer.

El éxito de aquel joven nacido en la costa chiapaneca fue vertiginoso. Tenía mucha sensibilidad y aprendió a coser y, sobre todo, a diseñar. Las damas más elegantes de España querían ser vestidas por Milton, quien no solamente olvidó el acento chiapaneco, sino que dejó atrás el mexicano, y al expresarse lo hacía como si fuera un auténtico castellano.

Nadie se percató del momento exacto en que el chiapaneco superó a su amante en el plano comercial, y sus vestidos, sobre todo los de novia, empezaron a alcanzar precios estratosféricos. Obviamente, Milton empezó a ser requerido en los círculos más exclusivos de la moda, en los desfiles más elegantes y fue ahí, donde conoció a un famoso fotógrafo inglés, que le propuso montar su propio atelier en Londres y convertirse en el amor de sus amores. Avergonzado, pero dispuesto a no detener sus planes, Milton comunicó a su novio que pensaba dejar el mundo de la moda española para intentarlo en Inglaterra, que abandonaba España y lo abandonaba a él.

Aquel fue un golpe brutal para el amante de Milton, quien en un afán de retenerlo lo amenazó con una pistola y le dijo que a él ningún indio de porquería iba a abandonarlo, pero el chiapaneco logró quitarle el arma y ponerle una golpiza. Hasta el momento de cerrar esta nota, se sabía que Milton, después de haber triunfado en Londres, pensaba abandonar al fotógrafo inglés para ir a vivir a París con un joyero, dueño de un castillo en Alsacia, que pensaba abrir para él una boutique. Aunque cabe mencionar que dicha información no fue proporcionada por fuentes autorizadas.