/ viernes 13 de marzo de 2020

Carrereando la chuleta | Y ni siquiera lo podemos ver


La recientemente nombrada pandemia (por parte de la Organización Mundial de la Salud) de coronavirus nos deja preocupación en muchos sentidos, aunque como suele pasar hasta en la peor situación, también deja enseñanzas, lo malo es que las ignoramos y no hay que olvidar que la vida es la única que te repite la lección hasta que la aprendes.

Hemos tenido otras y no hace mucho, la pasada fue la gripe aviar, y se supone ya deberíamos tener como humanidad un protocolo más uniforme, más ordenado, y aunque el desarrollo de aquella enfermedad no colapsó sistemas económicos o de planeación turística como lo está haciendo el coronavirus, que incluso está logrando lo que ninguna policía o gobierno: afectar algunas bandas delictivas como el cartel de Tepito (no me diga que no sabía que eso es una mafia) pues sus principales proveedores son precisamente de China, al menos en materia de salubridad, de cercos sanitarios, algo debería de haber quedado ya establecido, y pareciera como si fuera la primera vez que nos enfrentamos a un virus.

Ya se tardó la ciencia médica en desarrollar una vacuna que lo combata (o prefieren esperarse a que el mercado sea más amplio y atractivo), pareciera que los supermédicos del mundo están rebasados, pero lo preocupante es que pareciera que no hay prisa y sí la hay, las pérdidas humanas y económicas pueden ser muchas, el tránsito de personas (con todas las pérdidas que ello conlleva) está detenido, por ejemplo Italia, una de los lugares mundiales preferidos para visitar, se autobloqueó. Eventualmente pasará lo mismo con buena parte de la Comunidad Europea.

Por cierto, pareciera que México está en otra galaxia inmune porque aquí no pasa nada, las fronteras siguen abiertas, la vida corre con normalidad, como si no fuéramos igual de vulnerables que el resto de la humanidad.

El mundo está en constante cambio y estos virus nos muestran lo débiles que somos, pareciera que hubiéramos retrocedido a los tiempos de la peste, nos volvemos ignorantes, débiles, crédulos, desorientados cual grupo de mamíferos perdidos en el espacio en una mota de polvo. Se estima que en aquella ocasión murieron aproximadamente 25 millones de personas en Europa, desde el comienzo del brote que se dio a mitad del siglo XIV, esto además de otros entre 40 y 60 millones en África y Asia.

Comparado con aquello el coronavirus parece incluso inofensivo –todavía–, pero está dejando en evidencia lo increíblemente vulnerables que somos los seres humanos. Tenemos instituciones internacionales, tecnología, medios de comunicación y un largo etcétera que no existía hace 5 o 6 siglos, pero al parecer nada de eso es seguridad de nada. Pareciera que la Organización Mundial de la Salud y todos los millones que se le invierten sirven para mandar boletines, pero nada más; los políticos tampoco parecen hacer gala de la inteligencia y estrategias suficientes como para parar, aislar, aminorar o detener esto.

Tendremos que hacer nuestra parte, y aunque sinceramente creo que hay problemas tan o más graves que el coronavirus y que nos pueden matar más rápido: la inseguridad, la contaminación, el calentamiento global, no debemos hacernos los sordos ante las pocas acciones sanitarias.

Nada nos cuesta tener un poco de más cuidados, lavarnos bien las manos, cuidar a niños y ancianos, sin caer en la histeria, sólo como meras medidas preventivas, así como debiéramos hacer ejercicio y comer sano para tener una mejor calidad de vida, pero pareciera que ni el mundo globalizado ni nosotros solitos, hacemos lo que deberíamos en aras de salvaguardar nuestra salud.

Antes de ponernos locos porque nos vayamos a contagiar de un virus que ni vemos, también actuemos con lo que sí vemos: nuestros kilos de más, la basura que generamos.

Tenemos que aprender rápido porque si seguimos en el ensayo, un día de verdad nos vamos a acabar.


La recientemente nombrada pandemia (por parte de la Organización Mundial de la Salud) de coronavirus nos deja preocupación en muchos sentidos, aunque como suele pasar hasta en la peor situación, también deja enseñanzas, lo malo es que las ignoramos y no hay que olvidar que la vida es la única que te repite la lección hasta que la aprendes.

Hemos tenido otras y no hace mucho, la pasada fue la gripe aviar, y se supone ya deberíamos tener como humanidad un protocolo más uniforme, más ordenado, y aunque el desarrollo de aquella enfermedad no colapsó sistemas económicos o de planeación turística como lo está haciendo el coronavirus, que incluso está logrando lo que ninguna policía o gobierno: afectar algunas bandas delictivas como el cartel de Tepito (no me diga que no sabía que eso es una mafia) pues sus principales proveedores son precisamente de China, al menos en materia de salubridad, de cercos sanitarios, algo debería de haber quedado ya establecido, y pareciera como si fuera la primera vez que nos enfrentamos a un virus.

Ya se tardó la ciencia médica en desarrollar una vacuna que lo combata (o prefieren esperarse a que el mercado sea más amplio y atractivo), pareciera que los supermédicos del mundo están rebasados, pero lo preocupante es que pareciera que no hay prisa y sí la hay, las pérdidas humanas y económicas pueden ser muchas, el tránsito de personas (con todas las pérdidas que ello conlleva) está detenido, por ejemplo Italia, una de los lugares mundiales preferidos para visitar, se autobloqueó. Eventualmente pasará lo mismo con buena parte de la Comunidad Europea.

Por cierto, pareciera que México está en otra galaxia inmune porque aquí no pasa nada, las fronteras siguen abiertas, la vida corre con normalidad, como si no fuéramos igual de vulnerables que el resto de la humanidad.

El mundo está en constante cambio y estos virus nos muestran lo débiles que somos, pareciera que hubiéramos retrocedido a los tiempos de la peste, nos volvemos ignorantes, débiles, crédulos, desorientados cual grupo de mamíferos perdidos en el espacio en una mota de polvo. Se estima que en aquella ocasión murieron aproximadamente 25 millones de personas en Europa, desde el comienzo del brote que se dio a mitad del siglo XIV, esto además de otros entre 40 y 60 millones en África y Asia.

Comparado con aquello el coronavirus parece incluso inofensivo –todavía–, pero está dejando en evidencia lo increíblemente vulnerables que somos los seres humanos. Tenemos instituciones internacionales, tecnología, medios de comunicación y un largo etcétera que no existía hace 5 o 6 siglos, pero al parecer nada de eso es seguridad de nada. Pareciera que la Organización Mundial de la Salud y todos los millones que se le invierten sirven para mandar boletines, pero nada más; los políticos tampoco parecen hacer gala de la inteligencia y estrategias suficientes como para parar, aislar, aminorar o detener esto.

Tendremos que hacer nuestra parte, y aunque sinceramente creo que hay problemas tan o más graves que el coronavirus y que nos pueden matar más rápido: la inseguridad, la contaminación, el calentamiento global, no debemos hacernos los sordos ante las pocas acciones sanitarias.

Nada nos cuesta tener un poco de más cuidados, lavarnos bien las manos, cuidar a niños y ancianos, sin caer en la histeria, sólo como meras medidas preventivas, así como debiéramos hacer ejercicio y comer sano para tener una mejor calidad de vida, pero pareciera que ni el mundo globalizado ni nosotros solitos, hacemos lo que deberíamos en aras de salvaguardar nuestra salud.

Antes de ponernos locos porque nos vayamos a contagiar de un virus que ni vemos, también actuemos con lo que sí vemos: nuestros kilos de más, la basura que generamos.

Tenemos que aprender rápido porque si seguimos en el ensayo, un día de verdad nos vamos a acabar.