/ miércoles 31 de julio de 2019

¿Alguien sabe qué hacen los chamaquitos cuando encuentran lana?


CARREREANDO LA CHULETA


Nunca he participado en una subasta, ni creo que lo haría por una simplísima razón: no tengo dinero, pero todo parece indicar que no soy el único o al menos eso se dejó ver en la que organizó el gobierno de México.

Se ofrecieron joyas y objetos decomisados en el mundo de los bandidos, los malos, los maleantes. Relojes adornados con diamantes, de marcas que ni siquiera puedo pronunciar y mucho menos escribir, de más de medio millón de pesos, cadenas de oro con suficiente grosor como para sacar a pasear a un oso, pulseras con decenas de piedras preciosas y otras extravagancias que fueron subastadas para sacar recursos y dárselos a los municipios más necesitados.

Una sola de estas piezas podía tener un valor de más de dos millones de pesos, es decir, en una muñeca o un dedo cabía lo que cuesta la casa que ni siquiera me he podido comprar. Pero el resultado no fue lo que se esperaba, de los 20 millones de pesos que se pensaban juntar, sólo se obtuvieron diez; no se necesita ser un sabio para deducir que ese no es el camino.

Yo optaría por las cuentas bancarias, los decomisos de dinero en efectivo, pero curiosamente esos asuntos se tardan más, se vuelven más complejos. Como muestra está el de un hombre que brincó a los estelares de la nota roja, las portadas y los principales titulares: Zhenli Ye Gon, naturalizado mexicano. A él se le decomisaron cientos de miles de billetes, sumaban 207 millones de dólares, según reveló en su momento a la PGR, en tiempos de Felipe Calderón.

¿Qué pasó con esa lana, que fue muchísimo más de lo que se ha obtenido en las subastas? El pasado lunes el director de Servicios de Administración y Enajenación, Ricardo Rodríguez, recordó, que ese dinero se repartió en partes iguales entre la Secretaría de Salud, la Procuraduría General de la República y el Poder Judicial.

Pero obviamente no ha sido el único, desde entonces ha habido varios, lo que no sabemos es en dónde está reflejada esa lana y creo que todos nos hacemos la misa pregunta.

Según esto, el Chapo tendría 12,666 millones de dólares, ¿se imaginan lo que se pudiera hacer con eso? Aquí lo interesante sería, en primera, conocer el número real, después, en qué se invirtió, y por último, qué pasa no sólo con el dinero de los malos “declarados”, sino de los malos políticos que se han quedado con un chorro de lana del erario público.

Y es que antes de hacer el teatro de la cárcel (de la que siempre salen muy campantes y recuperan su lujosa vida), de la expulsión de sus partidos (que supongo les duele mucho), o del repudio de su pueblo (lo cual les viene valiendo sombrilla), deberíamos, en automático, cobrarnos, así como le hacen los bancos. Si se descubren malversaciones por 100 millones de pesos, por ejemplo, que se los quiten, que rematen sus cosas, y total, si al final se descubre que no era cierto, pues que le hagan como a los indígenas presos, que les pidan perdón y borrón y cuenta nueva ¿no?

Esa sería una justicia un poco más justa, porque resulta que todos los malhechores –políticos o no– se pueden hacer millonarios con la mano en la cintura porque saben que lo robado nadie, absolutamente nadie se los va a quitar.

Guardadas las proporciones es como los chamacos que se encuentran lana en la calle, la mamá ni se entera, el mocoso se lo gasta todo, lo disfruta, y da lo mismo quién lo perdió, si lo necesitaba o no. Pasados unos días todo es como siempre. Así sucede con el dinero ajeno, aunque la gran diferencia es que los ladrones (con cargos públicos o sin ellos), no se encuentran el dinero, lo toman deliberadamente, saben perfectamente a quién pertenece y sobre todo, conocen del daño que están haciendo.


CARREREANDO LA CHULETA


Nunca he participado en una subasta, ni creo que lo haría por una simplísima razón: no tengo dinero, pero todo parece indicar que no soy el único o al menos eso se dejó ver en la que organizó el gobierno de México.

Se ofrecieron joyas y objetos decomisados en el mundo de los bandidos, los malos, los maleantes. Relojes adornados con diamantes, de marcas que ni siquiera puedo pronunciar y mucho menos escribir, de más de medio millón de pesos, cadenas de oro con suficiente grosor como para sacar a pasear a un oso, pulseras con decenas de piedras preciosas y otras extravagancias que fueron subastadas para sacar recursos y dárselos a los municipios más necesitados.

Una sola de estas piezas podía tener un valor de más de dos millones de pesos, es decir, en una muñeca o un dedo cabía lo que cuesta la casa que ni siquiera me he podido comprar. Pero el resultado no fue lo que se esperaba, de los 20 millones de pesos que se pensaban juntar, sólo se obtuvieron diez; no se necesita ser un sabio para deducir que ese no es el camino.

Yo optaría por las cuentas bancarias, los decomisos de dinero en efectivo, pero curiosamente esos asuntos se tardan más, se vuelven más complejos. Como muestra está el de un hombre que brincó a los estelares de la nota roja, las portadas y los principales titulares: Zhenli Ye Gon, naturalizado mexicano. A él se le decomisaron cientos de miles de billetes, sumaban 207 millones de dólares, según reveló en su momento a la PGR, en tiempos de Felipe Calderón.

¿Qué pasó con esa lana, que fue muchísimo más de lo que se ha obtenido en las subastas? El pasado lunes el director de Servicios de Administración y Enajenación, Ricardo Rodríguez, recordó, que ese dinero se repartió en partes iguales entre la Secretaría de Salud, la Procuraduría General de la República y el Poder Judicial.

Pero obviamente no ha sido el único, desde entonces ha habido varios, lo que no sabemos es en dónde está reflejada esa lana y creo que todos nos hacemos la misa pregunta.

Según esto, el Chapo tendría 12,666 millones de dólares, ¿se imaginan lo que se pudiera hacer con eso? Aquí lo interesante sería, en primera, conocer el número real, después, en qué se invirtió, y por último, qué pasa no sólo con el dinero de los malos “declarados”, sino de los malos políticos que se han quedado con un chorro de lana del erario público.

Y es que antes de hacer el teatro de la cárcel (de la que siempre salen muy campantes y recuperan su lujosa vida), de la expulsión de sus partidos (que supongo les duele mucho), o del repudio de su pueblo (lo cual les viene valiendo sombrilla), deberíamos, en automático, cobrarnos, así como le hacen los bancos. Si se descubren malversaciones por 100 millones de pesos, por ejemplo, que se los quiten, que rematen sus cosas, y total, si al final se descubre que no era cierto, pues que le hagan como a los indígenas presos, que les pidan perdón y borrón y cuenta nueva ¿no?

Esa sería una justicia un poco más justa, porque resulta que todos los malhechores –políticos o no– se pueden hacer millonarios con la mano en la cintura porque saben que lo robado nadie, absolutamente nadie se los va a quitar.

Guardadas las proporciones es como los chamacos que se encuentran lana en la calle, la mamá ni se entera, el mocoso se lo gasta todo, lo disfruta, y da lo mismo quién lo perdió, si lo necesitaba o no. Pasados unos días todo es como siempre. Así sucede con el dinero ajeno, aunque la gran diferencia es que los ladrones (con cargos públicos o sin ellos), no se encuentran el dinero, lo toman deliberadamente, saben perfectamente a quién pertenece y sobre todo, conocen del daño que están haciendo.