/ jueves 26 de agosto de 2021

Carrereando la chuleta | ¿Y qué esperaban?


En fechas recientes ha empezado a suceder lo que ya se sabía iba a surgir en donde quiera que estuvieran: problemas, pero no por la naturaleza de su origen, eso en cualquier lugar sería racismo y no lo digo por eso, los mexicanos somos sumamente racistas pero solemos serlo con nuestros connacionales, no con los de otro país, con ellos normalmente somos solidarios, sobre todo los chiapanecos, los tapachultecos, tan acostumbrados a la población migrante, somos empáticos, hasta metidos, diría yo, incluso un tanto cariñosos. No, no es racismo, es que no se puede tapar el sol con un dedo.

Les cuento un poco más, llegaron, según información en medios y de distintos funcionarios –porque en realidad nadie sabe cuántos son; la dependencia federal encargada de este asunto lo maneja como “promedio”– alrededor de 70 mil haitianos a Tapachula, agréguele los cubanos y transcontinentales que de por sí estaban aquí atrapados.

Si a una ciudad del tamaño de Tapachula en el lapso de un año le incrementas 70 mil personas, es lógico que comience a haber problemas que son totalmente naturales, como por ejemplo la falta de servicios suficientes. Imaginemos una vecindad de diez cuartos que es habitada por 10 familias de entre dos y seis integrantes cada una, es decir, podría haber alrededor de 50 personas en esa vecindad, pero si un día, en ese mismo espacio metemos a 12 personas por habitación, que son más o menos los que viven en los cuartos de las vecindades ocupadas por los amigos haitianos, el número total se incrementa a más del doble y es obvio que va a faltar todo.

Algunos ejemplos rápidos: el pleito por los tendederos, por el agua, por el aumento en la carga de energía eléctrica, la generación de basura, la inseguridad, porque entre más población menos se conocen las mañas de todos, y a eso agréguele la manía de algunos de escuchar música con bocinas a altos volúmenes. Simplemente el querer cargar tu celular en un cuarto donde hay nada más 4 conectores y uno lo ocupa el ventilador, el otro la televisión, y quedan dos libres para 10 celulares.

Eso es lo que se vive en muchas colonias y no se necesita ser vidente para pronosticar que tarde o temprano esa bomba iba explotar, en problemas no sólo con los habitantes naturales de Tapachula sino entre ellos.

Tapachula no resultó ser el paraíso que ellos esperaban, en esas condiciones ningún lugar podría serlo. Esta es una ciudad hermosa, que de a poco hemos construido los que aquí vivimos y que vienen de muchos orígenes, pero nos hemos ido amoldando, guatemaltecos, centroamericanos, sólo que la de Haití es una cultura distinta, desde el idioma, la gastronomía, y son ellos quienes por lógica se sienten incómodos, ajenos. Nosotros estamos felices con los aguaceros, con el calor, con el sabor de nuestra cerveza; ellos deben extrañar sus lluvias, su sol, sus bebidas, y se entiende, no debe ser fácil.

Pero no lo es ni para ellos como migrantes ni para nosotros como locales. Hubo una manifestación, exigen derechos que ellos no respetan, y eso está mal por decir lo menos. Sí, Tapachula no es el paraíso que les contaron, pero eso no les da permiso para que lo hagan un infierno para nosotros. Se amontonaron por miles en una empresa de transporte que al parecer les estaba brindando el servicio de traslado al norte del país, están desesperados por salir, los entendemos, pero también traten de entendernos.

Se sienten atrapados, que no avanzan, que nunca llegarán a los Estados Unidos como es su objetivo. Usando el Google traductor, con señas, y como pude, platiqué con un migrante haitiano, “me engañaron –me dijo– ya no tengo nada a qué regresar y aquí no quiero estar, no tengo trabajo, lo que sé hacer a nadie le interesa, mi familiar en Estados Unidos ya me dijo que no me puede recibir porque no quiere problemas con la corte, aún así lo intentaré, si no, no sé qué voy a hacer”. Insisto, no es fácil, pero eso no es justificación. No sólo ellos tienen problemas y son pocas las soluciones para todos.


En fechas recientes ha empezado a suceder lo que ya se sabía iba a surgir en donde quiera que estuvieran: problemas, pero no por la naturaleza de su origen, eso en cualquier lugar sería racismo y no lo digo por eso, los mexicanos somos sumamente racistas pero solemos serlo con nuestros connacionales, no con los de otro país, con ellos normalmente somos solidarios, sobre todo los chiapanecos, los tapachultecos, tan acostumbrados a la población migrante, somos empáticos, hasta metidos, diría yo, incluso un tanto cariñosos. No, no es racismo, es que no se puede tapar el sol con un dedo.

Les cuento un poco más, llegaron, según información en medios y de distintos funcionarios –porque en realidad nadie sabe cuántos son; la dependencia federal encargada de este asunto lo maneja como “promedio”– alrededor de 70 mil haitianos a Tapachula, agréguele los cubanos y transcontinentales que de por sí estaban aquí atrapados.

Si a una ciudad del tamaño de Tapachula en el lapso de un año le incrementas 70 mil personas, es lógico que comience a haber problemas que son totalmente naturales, como por ejemplo la falta de servicios suficientes. Imaginemos una vecindad de diez cuartos que es habitada por 10 familias de entre dos y seis integrantes cada una, es decir, podría haber alrededor de 50 personas en esa vecindad, pero si un día, en ese mismo espacio metemos a 12 personas por habitación, que son más o menos los que viven en los cuartos de las vecindades ocupadas por los amigos haitianos, el número total se incrementa a más del doble y es obvio que va a faltar todo.

Algunos ejemplos rápidos: el pleito por los tendederos, por el agua, por el aumento en la carga de energía eléctrica, la generación de basura, la inseguridad, porque entre más población menos se conocen las mañas de todos, y a eso agréguele la manía de algunos de escuchar música con bocinas a altos volúmenes. Simplemente el querer cargar tu celular en un cuarto donde hay nada más 4 conectores y uno lo ocupa el ventilador, el otro la televisión, y quedan dos libres para 10 celulares.

Eso es lo que se vive en muchas colonias y no se necesita ser vidente para pronosticar que tarde o temprano esa bomba iba explotar, en problemas no sólo con los habitantes naturales de Tapachula sino entre ellos.

Tapachula no resultó ser el paraíso que ellos esperaban, en esas condiciones ningún lugar podría serlo. Esta es una ciudad hermosa, que de a poco hemos construido los que aquí vivimos y que vienen de muchos orígenes, pero nos hemos ido amoldando, guatemaltecos, centroamericanos, sólo que la de Haití es una cultura distinta, desde el idioma, la gastronomía, y son ellos quienes por lógica se sienten incómodos, ajenos. Nosotros estamos felices con los aguaceros, con el calor, con el sabor de nuestra cerveza; ellos deben extrañar sus lluvias, su sol, sus bebidas, y se entiende, no debe ser fácil.

Pero no lo es ni para ellos como migrantes ni para nosotros como locales. Hubo una manifestación, exigen derechos que ellos no respetan, y eso está mal por decir lo menos. Sí, Tapachula no es el paraíso que les contaron, pero eso no les da permiso para que lo hagan un infierno para nosotros. Se amontonaron por miles en una empresa de transporte que al parecer les estaba brindando el servicio de traslado al norte del país, están desesperados por salir, los entendemos, pero también traten de entendernos.

Se sienten atrapados, que no avanzan, que nunca llegarán a los Estados Unidos como es su objetivo. Usando el Google traductor, con señas, y como pude, platiqué con un migrante haitiano, “me engañaron –me dijo– ya no tengo nada a qué regresar y aquí no quiero estar, no tengo trabajo, lo que sé hacer a nadie le interesa, mi familiar en Estados Unidos ya me dijo que no me puede recibir porque no quiere problemas con la corte, aún así lo intentaré, si no, no sé qué voy a hacer”. Insisto, no es fácil, pero eso no es justificación. No sólo ellos tienen problemas y son pocas las soluciones para todos.