/ lunes 30 de octubre de 2023

La Voz del Obispo | Ayuda para nuestros hermanos de Acapulco

+ Jaime Calderón Calderón

VII Obispo de Tapachula

Este domingo escuchamos en el evangelio de san Mateo (Mt 22,34-40): Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la ley? Esta es la pregunta muy esencial que le hacen al Señor Jesús. La identidad de un judío dependía de qué lugar daba al Señor Dios en su vida. La respuesta de Jesús pone de manifiesto no solo su conocimiento de la ley, sino, sobre todo, su sabiduría para interpretarla. No hay más que tener criterios claros de relación con Dios y con el prójimo. Más aún, estos criterios de relación se reducen a uno solo: el amor. A Dios se le ama como Dios. A Dios entregamos nuestra confianza, nuestra adoración —sólo ante él doblamos la rodilla-, a Dios confiamos toda nuestra existencia sin renunciar a lo que, con responsabilidad, hemos de hacer para vivir. Al prójimo debemos todo aquello que quisiéramos para nosotros mismos. Las limitaciones de nuestro amor al prójimo dependerán de nuestras limitaciones existenciales propias. Esa es la única medida del amor.

Cierto que llevar el amor a la plenitud de las relaciones humanas exigirá individuos sanos, no corrompidos por el egoísmo. Sólo podrá hacer una justa valoración del prójimo aquél que tenga una valoración justa de sí mismo.

Como los judíos de la época del Señor Jesús, también nuestra identidad cristiana depende hoy del lugar que le demos a Dios en nuestra vida y de la forma como valoremos a los demás.

El amor es el núcleo estructurante de los criterios existenciales que conforman el modo de vida cristiana. Sin una vivencia sana del amor, desde la intencionalidad hasta el actuar, no podemos decir que somos cristianos, aunque seamos individuos con todos los sacramentos.

Conviene que vayamos comenzando por vivir la justicia para poder algún día llegar a la vivencia del amor auténtico. La injusticia, la pobreza, la desigualdad, el hambre, la discriminación, la migración y todo aquello que trae sufrimiento al corazón y a la vida de los hombres no tendría lugar entre quienes se comprometen a vivir incorporando a sus vidas el amor como criterio de relación.

Camino Sinodal. Hemos terminado este domingo con la solemne celebración de clausura de la primera fase del Sínodo sobre la Sinodalidad, presidido por el Papa Francisco. Es sólo una fase de todo un camino que se ha emprendido desde el 2021 y que continúa ahora con la recepción de lo discernido tocando en los continentes hasta llegar a las diócesis donde se ha iniciado la primera consulta. De los resultados que se obtengan, que se espera que sean acogidos en la oración, reflexión y discernimiento, se espera que lleguen nuevamente enriquecidos hasta la realización de la segunda fase en Roma en octubre del año 2024. Y, que al término de éste, los resultados sean presentados al Santo Padre para que él decida lo que deba de determinarse en la vida de la Iglesia.

Este mes de octubre ha sido toda una experiencia espiritual de caminar juntos de todos los representantes convocados por el Santo Padre del mundo católico. Y queremos compartir esta experiencia con dos documentos escritos. El primero, es el mensaje dirigido a todo el pueblo de Dios que peregrina en esta tierra. El segundo, es un documento de las conclusiones finales en el que se presentan todas las convergencias, cuestiones por afrontar y las propuestas que han surgido del discernimiento sobre el contenido del Documento de Trabajo con el que trabajamos durante todo este mes. Éste último, es un escrito no acabado ni definitivo puesto que no es doctrinal ya que no se discernió sobre doctrina, como tampoco disciplinar sobre el que se hubiesen tomado decisiones, que no nos tocan.

En el camino sinodal todos tenemos un lugar; nadie está de más o de menos. Todos estamos llamados a caminar juntos impulsando la misión de la Iglesia en una experiencia más profunda de comunión y corresponsabilidad. Por lo que espero y deseo que nuestra amada familia diocesana siga caminando por esta senda.

Ayuda para los hermanos damnificados de la Arquidiócesis de Acapulco. El miércoles pasado, el huracán Otis destrozó el puerto de Acapulco y el territorio de la Arquidiócesis del mismo nombre. Las imágenes que la televisión nos hace llegar son devastadoras y eso que nos muestran la parte mejor protegida de la zona devastada, allá donde no llegan las cámaras de televisión, allá donde vive la gente más pobre, la situación es mucho más desesperante.

Por lo que me han platicado, nosotros ya pasamos por situaciones graves, cuando hablamos de desastres naturales. En dos ocasiones, 1998 y 2005, la naturaleza descargó toda su fuerza y muchos hermanos nuestros tuvieron que ir a vivir a otra parte y a recomenzar su vida. Hoy, esto es lo que están viviendo muchos hermanos nuestros en la Arquidiócesis de Acapulco.

El señor Arzobispo de Acapulco, Don Leopoldo González González, mi antecesor, está sufriendo con estos hermanos nuestros este grande dolor. ¿Qué podemos hacer nosotros? En realidad, a la distancia que estamos, es muy complicado que juntemos víveres para enviarlos.

Por eso, vamos a hacer una colecta y lo que juntemos, en efectivo, lo enviaremos a Don Leopoldo para que llegue a los hermanos más necesitados de su Arquidiócesis.

Hagamos la Colecta de este domingo con la mano puesta en el corazón. Si aportamos con generosidad no es porque nos sobre el dinero, sino porque nosotros sabemos qué se siente quedarse sin nada de la noche a la mañana. Nosotros, mejor que nadie, sabemos cuánto se sufre y cuánto cuesta recomenzar. Nosotros sabemos que las televisoras venden la noticia y ganan dinero y el que sufre, cuando la noticia ya no se vende, se queda solo, en desamparo y acompañando solo por su dolor. Que no nos duela el bolsillo, seamos generosos y solidarios con estos hermanos nuestros. Agradezco de antemano a cada uno, hermanos de esta gran familia diocesana, por su generosidad. Que el Señor recompense su bondad.

Pido a todos los párrocos hacer llegar a la economía diocesana, el lunes próximo, lo recolectado en las celebraciones, para enviarlo de manera inmediata.

Encomiendo a la paternal protección de San José, custodio de las vocaciones, y al abrazo amoroso y maternal de nuestra amada Reina Inmaculada Margarita Concepción, a toda la familia diocesana.

+ Jaime Calderón Calderón

VII Obispo de Tapachula

Este domingo escuchamos en el evangelio de san Mateo (Mt 22,34-40): Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la ley? Esta es la pregunta muy esencial que le hacen al Señor Jesús. La identidad de un judío dependía de qué lugar daba al Señor Dios en su vida. La respuesta de Jesús pone de manifiesto no solo su conocimiento de la ley, sino, sobre todo, su sabiduría para interpretarla. No hay más que tener criterios claros de relación con Dios y con el prójimo. Más aún, estos criterios de relación se reducen a uno solo: el amor. A Dios se le ama como Dios. A Dios entregamos nuestra confianza, nuestra adoración —sólo ante él doblamos la rodilla-, a Dios confiamos toda nuestra existencia sin renunciar a lo que, con responsabilidad, hemos de hacer para vivir. Al prójimo debemos todo aquello que quisiéramos para nosotros mismos. Las limitaciones de nuestro amor al prójimo dependerán de nuestras limitaciones existenciales propias. Esa es la única medida del amor.

Cierto que llevar el amor a la plenitud de las relaciones humanas exigirá individuos sanos, no corrompidos por el egoísmo. Sólo podrá hacer una justa valoración del prójimo aquél que tenga una valoración justa de sí mismo.

Como los judíos de la época del Señor Jesús, también nuestra identidad cristiana depende hoy del lugar que le demos a Dios en nuestra vida y de la forma como valoremos a los demás.

El amor es el núcleo estructurante de los criterios existenciales que conforman el modo de vida cristiana. Sin una vivencia sana del amor, desde la intencionalidad hasta el actuar, no podemos decir que somos cristianos, aunque seamos individuos con todos los sacramentos.

Conviene que vayamos comenzando por vivir la justicia para poder algún día llegar a la vivencia del amor auténtico. La injusticia, la pobreza, la desigualdad, el hambre, la discriminación, la migración y todo aquello que trae sufrimiento al corazón y a la vida de los hombres no tendría lugar entre quienes se comprometen a vivir incorporando a sus vidas el amor como criterio de relación.

Camino Sinodal. Hemos terminado este domingo con la solemne celebración de clausura de la primera fase del Sínodo sobre la Sinodalidad, presidido por el Papa Francisco. Es sólo una fase de todo un camino que se ha emprendido desde el 2021 y que continúa ahora con la recepción de lo discernido tocando en los continentes hasta llegar a las diócesis donde se ha iniciado la primera consulta. De los resultados que se obtengan, que se espera que sean acogidos en la oración, reflexión y discernimiento, se espera que lleguen nuevamente enriquecidos hasta la realización de la segunda fase en Roma en octubre del año 2024. Y, que al término de éste, los resultados sean presentados al Santo Padre para que él decida lo que deba de determinarse en la vida de la Iglesia.

Este mes de octubre ha sido toda una experiencia espiritual de caminar juntos de todos los representantes convocados por el Santo Padre del mundo católico. Y queremos compartir esta experiencia con dos documentos escritos. El primero, es el mensaje dirigido a todo el pueblo de Dios que peregrina en esta tierra. El segundo, es un documento de las conclusiones finales en el que se presentan todas las convergencias, cuestiones por afrontar y las propuestas que han surgido del discernimiento sobre el contenido del Documento de Trabajo con el que trabajamos durante todo este mes. Éste último, es un escrito no acabado ni definitivo puesto que no es doctrinal ya que no se discernió sobre doctrina, como tampoco disciplinar sobre el que se hubiesen tomado decisiones, que no nos tocan.

En el camino sinodal todos tenemos un lugar; nadie está de más o de menos. Todos estamos llamados a caminar juntos impulsando la misión de la Iglesia en una experiencia más profunda de comunión y corresponsabilidad. Por lo que espero y deseo que nuestra amada familia diocesana siga caminando por esta senda.

Ayuda para los hermanos damnificados de la Arquidiócesis de Acapulco. El miércoles pasado, el huracán Otis destrozó el puerto de Acapulco y el territorio de la Arquidiócesis del mismo nombre. Las imágenes que la televisión nos hace llegar son devastadoras y eso que nos muestran la parte mejor protegida de la zona devastada, allá donde no llegan las cámaras de televisión, allá donde vive la gente más pobre, la situación es mucho más desesperante.

Por lo que me han platicado, nosotros ya pasamos por situaciones graves, cuando hablamos de desastres naturales. En dos ocasiones, 1998 y 2005, la naturaleza descargó toda su fuerza y muchos hermanos nuestros tuvieron que ir a vivir a otra parte y a recomenzar su vida. Hoy, esto es lo que están viviendo muchos hermanos nuestros en la Arquidiócesis de Acapulco.

El señor Arzobispo de Acapulco, Don Leopoldo González González, mi antecesor, está sufriendo con estos hermanos nuestros este grande dolor. ¿Qué podemos hacer nosotros? En realidad, a la distancia que estamos, es muy complicado que juntemos víveres para enviarlos.

Por eso, vamos a hacer una colecta y lo que juntemos, en efectivo, lo enviaremos a Don Leopoldo para que llegue a los hermanos más necesitados de su Arquidiócesis.

Hagamos la Colecta de este domingo con la mano puesta en el corazón. Si aportamos con generosidad no es porque nos sobre el dinero, sino porque nosotros sabemos qué se siente quedarse sin nada de la noche a la mañana. Nosotros, mejor que nadie, sabemos cuánto se sufre y cuánto cuesta recomenzar. Nosotros sabemos que las televisoras venden la noticia y ganan dinero y el que sufre, cuando la noticia ya no se vende, se queda solo, en desamparo y acompañando solo por su dolor. Que no nos duela el bolsillo, seamos generosos y solidarios con estos hermanos nuestros. Agradezco de antemano a cada uno, hermanos de esta gran familia diocesana, por su generosidad. Que el Señor recompense su bondad.

Pido a todos los párrocos hacer llegar a la economía diocesana, el lunes próximo, lo recolectado en las celebraciones, para enviarlo de manera inmediata.

Encomiendo a la paternal protección de San José, custodio de las vocaciones, y al abrazo amoroso y maternal de nuestra amada Reina Inmaculada Margarita Concepción, a toda la familia diocesana.