1. Querida familia diocesana, escuchamos celebramos hoy a la sagrada familia de Nazareth.
El texto original de Lucas (Lc 2,22-40) habla de la purificación como algo que pareciera tener que ver con ambos padres. Más aún, el texto no separa a los padres y al Niño Jesús cuando se refiere a ellos. San Lucas no menciona a los padres del niño por sus nombres, sino como una comunidad indivisible con una función determinada, los padres. Esto, que pudiera ser casual, es un buen indicador de la voluntad de Dios respecto de la familia. En el núcleo familiar el individuo no se pierde, se redimensiona. No es José y María, son ellos, son los padres del niño Jesús, son el padre y la madre del niño, son los que se admiran y son los que cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor. La paternidad y la maternidad son modos existenciales que llevan al hombre a incorporarse a una nueva realidad querida por Dios: el núcleo familiar.
No obstante, es innegable que el texto gira en torno al niño Jesús y que los demás personajes son funcionales. Sin embargo, la realidad del núcleo familiar aparece con el personaje principal. Es la familia del niño la que va al templo de Jerusalén, centro del tiempo y epicentro de la salvación para Lucas, y es ella quien provoca tal consternación entre quienes vivían por la fe y la esperanza. La descripción de los dos personajes -Simeón y Ana- pareciera proyectar la imagen de quienes en el encuentro con la familia de Nazaret ven cumplidas sus esperanzas de encuentro con la manifestación de Dios. Simeón es un hombre justo, descrito a la manera de San José. Ana es una mujer de edad avanzada que, en su juventud, ha tenido su propia familia. Encontrarse con la familia de Nazaret significó para ellos el culmen de sus expectativas de realización personal, de encuentro con Dios y de anhelo por la salvación de su pueblo. La familia de Nazaret aparece así, con el Niño Jesús al centro, como el núcleo portador de salvación que ha recibido de Dios el poder de transformar en realidad la esperanza del pueblo.
2. Año nuevo: 2024. Mensaje episcopal
Cada principio tiene su final y todo final su recomenzar. Celebrando al Niño Jesús en este tiempo de Navidad y contemplando a la Sagrada Familia de Nazareth, concluimos el año civil 2023 que Dios nuestro Padre ha tenido a bien regalarnos. La familia a una con la vida son los dones más grandes que Dios nos ha dado. Concluir el año en la contemplación de la familia de Nazareth trae ya consigo la tarea de gratitud para con Dios por nuestra familia de sangre y el compromiso con nuestra comunidad de seguir defendiendo a la familia y procurando que cada una de ellas, día a día, se vaya asemejando más a la familia de Jesús, María y José.
Querida familia diocesana con gozo damos la bienvenida al año civil 2024 celebrando a Santa María Madre de Dios, una de las cuatro fiestas de guardar que traerá consigo este año. La maternidad, responsabilidad sagrada de transmitir la vida, es un don que Dios ha regalado a las hermanas mujeres y al que los varones nos sumamos en el cuidado y la dedicación porque esta vida sea digna, plena y abundante, como Jesús ha comprendido el para qué de su misión (Jn 10,10).
Concluimos un año e iniciamos otro, celebrando la vida en la familia y contemplando el don de la maternidad. Estos regalos de Dios que dan sentido a nuestro andar peregrino en esta vida terrena, siempre seguros de la cercanía de Dios de quien somos hijos, nos comprometen a hacerlo presente en todos los momentos de nuestra vida. El año nuevo es una nueva oportunidad. Dios nos ofrece la oportunidad de acercarnos a abrir la ventana de la esperanza en este trecho histórico de 365 días que Él nos ha permitido iniciar. Es tarea nuestra que esta esperanza no se diluya y vaya tomando rostro de realidad por la cercanía de Dios y la seriedad prudente de las decisiones que Él nos conceda tomar en este año 2024.
La historia es nuestra, nosotros hacemos el día a día de nuestra historia con nuestra visión, reflexión y decisiones que, iluminadas por Dios y acompañadas por un discernimiento serio y prudente podrán hacer coincidir nuestro andar con el rumbo que Dios va queriendo para la historia del mundo.
Mirando en el horizonte, este no parece ser un año muy sencillo. Con toda seguridad será un año de alta y profunda exigencia cristiana y de riesgos serios que hemos de enfrentar. Este año tenemos delante de nosotros la responsabilidad de elegir, como ciudadanos responsables, a nuestras autoridades de todos los niveles de gobierno: El Presidente de la República, 128 Senadores, 500 Diputados, 32 Gobernadores y 2,443 Presidentes municipales, en principio, serán el resultado de un proceso de participación ciudadana alentada por la esperanza de vivir en una sociedad más justa, fraterna y solidaria. Esta no es una tarea sencilla, cada vez es más difícil discernir con serenidad para descubrir a las personas adecuadas que ejerzan la autoridad. Con preocupación vemos que delante nos encontramos más con falsas promesas, descalificaciones y autopresentaciones heroicas entre los candidatos, que con propuestas posibles entre las que debiéramos discernir. Muchos son los intereses que se mueven al interior del tiempo y de las precampañas y campañas gubernamentales. Sin embargo, hemos de mantenernos atentos, cuidando que las conquistas ciudadanas que favorecen a la democracia se respeten, se mantengan y se fortalezcan. El ejercicio libre, personal y secreto del voto es algo que hemos de cuidar, lo mismo que el respeto al voto, máxime si este es contrario al partido gobernante. La libertad para discernir y votar es otra conquista que debemos tener en cuenta. Hay que estar atentos, los medios de comunicación nos bombardearán con propaganda, nuestras calles y caminos se llenarán de papeles, muchos vendrán ofreciéndonos despensas, camisetas, cachuchas, incluso dinero, a cambio de nuestra voluntad y de nuestro voto. No faltará quienes nos pidan, en adelanto, nuestra Credencial de Elector con la promesa de darnos algo a cambio. Hay que estar atentos. Quienes nos ofrecen algo, muestran, así, su falta de preocupación sincera por cuidar la seguridad de la ciudadanía y por trabajar por el bien común, mostrando más bien su abierta ambición por hacer del ejercicio de la autoridad un negocio personal o familiar olvidándose totalmente del pueblo.
Hay que estar atentos. Como cristianos tenemos el deber de hacer lo necesario por construir una comunidad, más humana, fraterna, solidaria con oportunidades para todos. Hay que estar atentos a apostarle a la paz, nunca a la violencia y al desorden. Nadie puede ni debe obligarnos a ir contra nuestra voluntad, fruto de un discernimiento libre y personal.
Este año 2024 todos estamos invitados a incorporar a nuestra vida la oración y a orar con insistencia y sin desfallecer. Es el año de oración que, invitados por el Papa Francisco, nos preparará para el jubileo de la Encarnación del año 2025 y es el año en el que se celebrará la segunda fase del Sínodo sobre la Sinodalidad. La oración es abrirnos con toda la vida, mente y corazón, a Dios y hacer de todos los momentos de nuestra vida un motivo de diálogo con Él. La oración nos pone en sintonía con Dios y permite que Él, por el Espíritu y mediación de nuestro Salvador Jesucristo dialoguen con nosotros. Cierto que la oración necesita un poco de disposición y un mucho de disciplina, pero no hay disciplina que no se asimile, máxime cuando produce tanto fruto como el que cosechamos con la oración. Hagamos de nuestra vida una vida orante y del año que comenzamos un tiempo de oración.
Los deseos de un corazón de padre para con ustedes son que terminemos este año 2023 con gratitud y que el 2024 traiga a su corazón, a su vida, a su familia, a nuestra comunidad y a toda nuestra familia diocesana bendiciones abundantes, la cercanía de Dios y un tiempo de salud, armonía y esperanza, pero sobre todo de paz. Hermanos y hermanas: ¡Feliz año 2024!