/ lunes 4 de diciembre de 2023

La Voz del Obispo | Hay que velar y no distraerse del camino


1. Querida familia diocesana, escuchamos hoy en el evangelio de san Marcos (Mc 13,33-37): Velen, pues, estén preparados. El camino del nuevo año litúrgico ha iniciado, las actitudes y disposiciones de todo cristiano comienzan a evidenciarse. Un hombre en camino, por encima del ritmo de su marcha, sabe que no puede distraerse. Este texto no es una amenaza, ni siquiera llega a ser una advertencia. La indicación del texto es, ante todo, algo que hemos de recordar siempre. La venida del Señor condiciona de forma importante nuestra vida, al grado de convertirla en una constante espera, configurando así una forma concreta de vivir. A esta forma de vivir en espera constante es a lo que llamamos el modo de vida cristiano. La atención completa de vivir en la tensión de la espera. Una tensión que no estresa, sólo nos mantiene despiertos.

2. El adviento y la navidad son los dos tiempos con los que iniciamos el año litúrgico. El adviento, integrado por cuatro domingos y dividido en dos partes, es el camino que recorremos para llegar a la contemplación y celebración de Misterio de la Encarnación, la navidad.

El adviento divide sus domingos en dos partes. La primera parte, primero y segundo domingo, estamos invitados a contemplar, reflexionar y orar por la venida del Señor lleno de gloria al final de la historia. La segunda parte, tercero y cuarto, nuestra mirada se dirige hacia el pesebre. Mirando el pesebre, el Belén, dice el papa Francisco en su última Carta pastoral, podemos -de alguna manera- visualizar el misterio: Rostro del amor del Padre, del Dios que se anonadó a sí mismo para hacerse uno de nosotros y mostrarnos así cuánto amor nos tiene y cómo su vida se convierte en un ejemplo a seguir para alcanzar la plenitud que Dios quiere para nosotros y que perdimos por el pecado.

Las lecturas que la liturgia nos ofrece, desde el primer domingo nos marcan el espíritu con el que hemos de vivir el adviento: velen y estén preparados. El fragmento de la primera Carta a los Corintios de este mismo día nos ayuda a precisar qué significaba estar preparados: permanecer irreprochables hasta el fin, hasta el día de su advenimiento. Esto significa para nuestros días, evitar el vivir con excesos y fuera de la realidad, evitar dejarnos llevar por una vida que, de forma irreflexiva, se vaya dejando llevar por los caprichos del corazón y poner atención a nuestro vivir para que no rompamos las relaciones de armonía que hemos de mantener con nuestros hermanos.

Estamos llamados a vivir como en pleno día, con dignidad. Esto significa: llamados a recorrer el camino del adviento, camino de conversión que nos lleva a reconciliarnos con nuestra identidad de hijos, creados a imagen y semejanza de Dios. Con este espíritu hemos de recorrer el itinerario marcado por los cuatro domingos de este tiempo de adviento que nos prepara a reconocernos y encontrarnos con nosotros mismos en la contemplación del niño que nace en Belén, abrazado por su madre, María virgen, envuelto en pañales y recostado en un pesebre.

La navidad (natividad) pone delante de nosotros el milagro de Dios mismo que, asumiendo nuestra carne mortal, hijo de María, engendrado por obra del Espíritu Santo, viene a poner su casa en medio de nosotros. Dios se acerca a nosotros y, en la ternura del niño envuelto en pañales y recostado en el pesebre, bajo el cuidado de José y María, nos muestra la imagen del hombre verdadero y del Dios que, inundando todo de ternura y regocijo, nos muestra cuánto es capaz de hacer por puro amor a nosotros. Qué admiración inmensa al contemplar y caer en la cuenta ¡Cuánto valemos para Dios! ¡Cuánto amor nos tiene! ¡Cuánto ha dejado por nosotros! Qué compromiso pensar al contemplar el misterio: ¿Cómo podemos corresponder a tan grande amor?

Cuando nosotros llegamos a comprender el cambio que opera Dios en la historia, al pasar del Adviento a la Navidad, alcanzamos a comprender, también, el cómo y el por qué, del paso de una alegría que va creciendo, a medida que se acerca el acontecimiento, hasta que, contemplando la grandeza de Dios en el niño que nace, llega a ser alegría plena, inmensa.

Gozo que llega a todos, incluso a quien sufre pasando las noches a la intemperie, cuidando un rebaño que no es suyo. Este es el Mesías de Dios, el Rey que trae consigo tiempos nuevos, tiempos de armonía, de gozo, de fraternidad, de conversión y de esperanza.

Para darnos fortaleza, Él hizo suyos los dolores más grandes de esta nuestra vida peregrina: la pobreza, la experiencia del migrante, la muerte. Jesús se ha hecho niño y ha nacido en un pesebre en Belén de Judá al no encontrar posada en la ranchería (cfr. Lc 2,7). Con ese gesto de humildad nos enseña que la pequeñez y la pobreza no son situaciones que Dios quisiera para sus hijos, pero son realidades que el hombre crea y que, desde siglos, muchos hijos de Dios han sido obligados a comenzar su vida desde ahí. Este gesto de Dios nos enseña que la pobreza que lleva hasta Él es la pobreza que uno elige, no la que el hombre sufre como consecuencia de la injusticia y de la ambición de otros. (cf. PGP113).

De recién nacido vivió, junto a su familia, la experiencia del migrante refugiado (cfr. Mt 2,13-18). La vida de refugiado pone delante de nosotros la cruda experiencia de quien tiene que huir a causa del odio de los demás, pero también el rostro de una paternidad responsable en la persona de San José, que carga con su familia para darle protección, atención y cuidado (PGP 114).

Querida familia diocesana Adviento y Navidad son camino y celebración para todos. Caminemos con alegría y celebremos con gozo el misterio de la Navidad. Vivamos estos días unidos a toda nuestra familia y todos los hermanos de nuestra comunidad.

3. Una Iglesia Sinodal en misión. Una imagen que puede expresar lo que puede significar una Iglesia sinodal es la del banquete nupcial: “El modo mismo en el que la Asamblea se ha desarrollado, a partir de la disposición de las personas, sentadas en pequeños grupos en mesas redondas en el Aula Pablo VI, comparable a la imagen bíblica del banquete de bodas (Ap. 19,9) es emblema de una Iglesia sinodal e imagen de la Eucaristía, fuente y culmen de la sinodalidad, con la Palabra de Dios en el centro. Y en su interior, culturas, lenguas, ritos, modos de pensar y realidades diversas pueden involucrarse juntas y fructuosamente en una búsqueda sincera bajo la guía del Espíritu.” (c)

4. Día del Seminario. Durante las últimas semanas se ha ido preparando en las parroquias el día del Seminario. Especialmente en la ciudad de Tapachula hoy se realiza la Kermés en las instalaciones del Seminario Menor. Oración, promoción de las vocaciones, acompañamiento y ayuda económica deben ser los signos de una familia diocesana corresponsable en la formación de sus futuros sacerdotes.

Encomiendo a la paternal protección de San José, custodio de las vocaciones, y al abrazo amoroso y maternal de nuestra amada Reina Inmaculada Margarita Concepción, a toda la familia diocesana.

+ Jaime Calderón Calderón

VIII Obispo de Tapachula


1. Querida familia diocesana, escuchamos hoy en el evangelio de san Marcos (Mc 13,33-37): Velen, pues, estén preparados. El camino del nuevo año litúrgico ha iniciado, las actitudes y disposiciones de todo cristiano comienzan a evidenciarse. Un hombre en camino, por encima del ritmo de su marcha, sabe que no puede distraerse. Este texto no es una amenaza, ni siquiera llega a ser una advertencia. La indicación del texto es, ante todo, algo que hemos de recordar siempre. La venida del Señor condiciona de forma importante nuestra vida, al grado de convertirla en una constante espera, configurando así una forma concreta de vivir. A esta forma de vivir en espera constante es a lo que llamamos el modo de vida cristiano. La atención completa de vivir en la tensión de la espera. Una tensión que no estresa, sólo nos mantiene despiertos.

2. El adviento y la navidad son los dos tiempos con los que iniciamos el año litúrgico. El adviento, integrado por cuatro domingos y dividido en dos partes, es el camino que recorremos para llegar a la contemplación y celebración de Misterio de la Encarnación, la navidad.

El adviento divide sus domingos en dos partes. La primera parte, primero y segundo domingo, estamos invitados a contemplar, reflexionar y orar por la venida del Señor lleno de gloria al final de la historia. La segunda parte, tercero y cuarto, nuestra mirada se dirige hacia el pesebre. Mirando el pesebre, el Belén, dice el papa Francisco en su última Carta pastoral, podemos -de alguna manera- visualizar el misterio: Rostro del amor del Padre, del Dios que se anonadó a sí mismo para hacerse uno de nosotros y mostrarnos así cuánto amor nos tiene y cómo su vida se convierte en un ejemplo a seguir para alcanzar la plenitud que Dios quiere para nosotros y que perdimos por el pecado.

Las lecturas que la liturgia nos ofrece, desde el primer domingo nos marcan el espíritu con el que hemos de vivir el adviento: velen y estén preparados. El fragmento de la primera Carta a los Corintios de este mismo día nos ayuda a precisar qué significaba estar preparados: permanecer irreprochables hasta el fin, hasta el día de su advenimiento. Esto significa para nuestros días, evitar el vivir con excesos y fuera de la realidad, evitar dejarnos llevar por una vida que, de forma irreflexiva, se vaya dejando llevar por los caprichos del corazón y poner atención a nuestro vivir para que no rompamos las relaciones de armonía que hemos de mantener con nuestros hermanos.

Estamos llamados a vivir como en pleno día, con dignidad. Esto significa: llamados a recorrer el camino del adviento, camino de conversión que nos lleva a reconciliarnos con nuestra identidad de hijos, creados a imagen y semejanza de Dios. Con este espíritu hemos de recorrer el itinerario marcado por los cuatro domingos de este tiempo de adviento que nos prepara a reconocernos y encontrarnos con nosotros mismos en la contemplación del niño que nace en Belén, abrazado por su madre, María virgen, envuelto en pañales y recostado en un pesebre.

La navidad (natividad) pone delante de nosotros el milagro de Dios mismo que, asumiendo nuestra carne mortal, hijo de María, engendrado por obra del Espíritu Santo, viene a poner su casa en medio de nosotros. Dios se acerca a nosotros y, en la ternura del niño envuelto en pañales y recostado en el pesebre, bajo el cuidado de José y María, nos muestra la imagen del hombre verdadero y del Dios que, inundando todo de ternura y regocijo, nos muestra cuánto es capaz de hacer por puro amor a nosotros. Qué admiración inmensa al contemplar y caer en la cuenta ¡Cuánto valemos para Dios! ¡Cuánto amor nos tiene! ¡Cuánto ha dejado por nosotros! Qué compromiso pensar al contemplar el misterio: ¿Cómo podemos corresponder a tan grande amor?

Cuando nosotros llegamos a comprender el cambio que opera Dios en la historia, al pasar del Adviento a la Navidad, alcanzamos a comprender, también, el cómo y el por qué, del paso de una alegría que va creciendo, a medida que se acerca el acontecimiento, hasta que, contemplando la grandeza de Dios en el niño que nace, llega a ser alegría plena, inmensa.

Gozo que llega a todos, incluso a quien sufre pasando las noches a la intemperie, cuidando un rebaño que no es suyo. Este es el Mesías de Dios, el Rey que trae consigo tiempos nuevos, tiempos de armonía, de gozo, de fraternidad, de conversión y de esperanza.

Para darnos fortaleza, Él hizo suyos los dolores más grandes de esta nuestra vida peregrina: la pobreza, la experiencia del migrante, la muerte. Jesús se ha hecho niño y ha nacido en un pesebre en Belén de Judá al no encontrar posada en la ranchería (cfr. Lc 2,7). Con ese gesto de humildad nos enseña que la pequeñez y la pobreza no son situaciones que Dios quisiera para sus hijos, pero son realidades que el hombre crea y que, desde siglos, muchos hijos de Dios han sido obligados a comenzar su vida desde ahí. Este gesto de Dios nos enseña que la pobreza que lleva hasta Él es la pobreza que uno elige, no la que el hombre sufre como consecuencia de la injusticia y de la ambición de otros. (cf. PGP113).

De recién nacido vivió, junto a su familia, la experiencia del migrante refugiado (cfr. Mt 2,13-18). La vida de refugiado pone delante de nosotros la cruda experiencia de quien tiene que huir a causa del odio de los demás, pero también el rostro de una paternidad responsable en la persona de San José, que carga con su familia para darle protección, atención y cuidado (PGP 114).

Querida familia diocesana Adviento y Navidad son camino y celebración para todos. Caminemos con alegría y celebremos con gozo el misterio de la Navidad. Vivamos estos días unidos a toda nuestra familia y todos los hermanos de nuestra comunidad.

3. Una Iglesia Sinodal en misión. Una imagen que puede expresar lo que puede significar una Iglesia sinodal es la del banquete nupcial: “El modo mismo en el que la Asamblea se ha desarrollado, a partir de la disposición de las personas, sentadas en pequeños grupos en mesas redondas en el Aula Pablo VI, comparable a la imagen bíblica del banquete de bodas (Ap. 19,9) es emblema de una Iglesia sinodal e imagen de la Eucaristía, fuente y culmen de la sinodalidad, con la Palabra de Dios en el centro. Y en su interior, culturas, lenguas, ritos, modos de pensar y realidades diversas pueden involucrarse juntas y fructuosamente en una búsqueda sincera bajo la guía del Espíritu.” (c)

4. Día del Seminario. Durante las últimas semanas se ha ido preparando en las parroquias el día del Seminario. Especialmente en la ciudad de Tapachula hoy se realiza la Kermés en las instalaciones del Seminario Menor. Oración, promoción de las vocaciones, acompañamiento y ayuda económica deben ser los signos de una familia diocesana corresponsable en la formación de sus futuros sacerdotes.

Encomiendo a la paternal protección de San José, custodio de las vocaciones, y al abrazo amoroso y maternal de nuestra amada Reina Inmaculada Margarita Concepción, a toda la familia diocesana.

+ Jaime Calderón Calderón

VIII Obispo de Tapachula